Los recientes Juegos Panamericanos y Para-Panamericanos se han perfilado como los eventos deportivos de mayor importancia, que nos han llenado de orgullo por diversos motivos.
En primer lugar, debido a la extraordinaria organización. En efecto, pusieron de relieve una sobresaliente capacidad para poner en marcha, sin mayores contratiempos, una multitud de competencias deportivas. En segundo lugar, debido a que muchísimos peruanos podían presenciar, por primera vez, competencias de alto nivel en una gran cantidad de disciplinas, demostrando que existen muchas más alternativas que las tradicionales que reciben mucho apoyo del sector privado: el fútbol y el voleibol.
En tercer lugar, las competencias pusieron en evidencia el compromiso, coraje y entusiasmo de nuestros deportistas. Fue contagioso para las tribunas y para quienes las presenciaban por la televisión o escuchaban por la radio. Es más, como fue mi caso, a muchos se nos llenaron los ojos de lágrimas al ver como se izaba nuestra bandera cuando nuestros representantes subían al podio de medallistas, especialmente cuando se trataba de una medalla de oro, ya que se podía escuchar el himno nacional.
El deporte genera alegrías y, sin duda, satisfacción cuando hay triunfos. Pero ello no es gratuito. Es la consecuencia de años del esfuerzo y la disciplina de los deportistas, quienes para poder alcanzar sus metas se sacrifican día a día para entrenar, contar con la indumentaria adecuada, así como los implementos deportivos de última tecnología y de la mejor calidad que requieren para su preparación.
En adición, el deportista de élite necesita de recursos económicos para para poder alimentarse adecuadamente, entrenar en instalaciones idóneas, desplazarse a los lugares de práctica y de las competencias, recibir asesoría de diversa índole, además de exámenes médicos y la infinidad de actividades colaterales que todos conocemos.
La realidad de un país en desarrollo, como es el caso del Perú, que tiene muchas preocupaciones y prioridades en sectores como la infraestructura, la salud, la educación, servicios básicos, etc., hace que el Estado no invierta lo suficiente o, si se quiere, priorice otras actividades.
Por ello, en junio de 2016 se aprobó la Ley 30479, denominada “Ley de mecenazgo deportivo”, la misma que más de un año después fue reglamentada mediante Decreto Supremo 217-2017-EF y que confiere una gama de beneficios tributarios a las personas naturales o jurídicas que decidan patrocinar la actividad deportiva de manera directa.
En otras palabras, quienes decidan financiar infraestructura deportiva y su equipamiento, apoyen programas deportivos, contraten y subvencionen a deportistas y entrenadores, apoyen en investigación y medicina deportiva y, finalmente, apoyen con viajes y viáticos, podrán deducir como gasto hasta el 10% de la renta neta de tercera categoría y hasta el 10% de la renta neta de trabajo. Adicionalmente, la exoneración del IGV a la importación de bienes destinados a las actividades referidas anteriormente que efectúen los mecenas.
Tomando en cuenta esta ley, que tiene como objetivo apoyar a la formación y desarrollo profesional de los deportistas de nuestro país, se requiere que se brinde apoyo, marginando trabas administrativas a quienes decidan hacer estas donaciones y que se difunda adecuadamente a efectos de que la ciudadanía decida colaborar en este esfuerzo.
Una norma de esta naturaleza debería servir de plataforma para estimular a las personas y empresas para que destinen parte de sus ingresos para apuntalar nuestro deporte y a nuestros deportistas, pero pocas personas conocen de su existencia.
Es tiempo que los peruanos hagamos causa común con el deporte y que en futuras competencias podamos escuchar, con más frecuencia, nuestro himno nacional.
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