Estamos más que acostumbrados a que nuestras autoridades justifiquen su ineficacia debido a la desaceleración de la economía mundial. Ante esta situación, no parece que podamos como ciudadanos exigir mejor desempeño a nuestras autoridades o criticarlas pues es un evento que escapa a su control; esto no es totalmente cierto. Así, la crisis causada por el coronavirus, tiene un carácter diferente respecto a las típicas crisis cíclicas provocadas por el contexto internacional.
Al exponer la fragilidad de nuestro sistema de salud, el coronavirus ha tocado una fibra sensible de la población y, por tanto, tiene el potencial de devolver a los ciudadanos el derecho de exigir, criticar y reclamar a sus autoridades.
En este sentido, deseo resaltar dos aspectos que considero importantes para aprovechar las lecciones de la crisis actual. El primero tiene que ver con el tipo de Estado que requerimos para enfrentar eventos inesperados al menor costo posible. Es fácil suponer que eventos como la pandemia del coronavirus son imposibles de predecir y que por lo tanto, las autoridades solo pueden ser reactivas o “buenos bomberos”. Sin embargo, eso no es totalmente cierto; aquí una evidencia.
En el 2014, el CEPLAN-PCM estableció que el planeamiento estratégico del sector público debía considerar una "fase prospectiva", es decir, que analice tendencias que a futuro podrían generar oportunidades o riesgos a un país, así como eventos cuya ocurrencia tenga gran incertidumbre. Algunos de estos eventos se conocen como "cisnes negros", es decir, de baja probabilidad de suceder, pero de enorme impacto en caso de ocurrir. En el 2012, el National Intelligence Council de los Estados Unidos, preparó el informe titulado "Alternative Worlds 2030".
Sorprendentemente, en dicho documento se identificó a una “pandemia severa” como un posible “cisne negro” que podría ocasionar el mayor impacto disruptivo a nivel global. Igualmente, y no por coincidencia, en el 2015, Bill Gates alertaba que el futuro peligro para la humanidad no sería una guerra sino un “virus muy infeccioso”. De haber considerado este “cisne negro” como parte de un análisis prospectivo para formular nuestro Plan Estratégico de Desarrollo Nacional, se le habría dado a la reforma del sistema de salud una prioridad más clara, no solo en presupuesto sino en diseño de soluciones. Incluso la importancia de priorizar inversión en I+D+i en ingeniería biomédica, biotecnología, etc. habrían tenido también un lugar crucial.
Aquí planteo el segundo aspecto que considero importante como una lección del coronavirus. Un Estado no se caracterizará por desarrollar “anticipación estratégica” automáticamente pues las autoridades tienen un sesgo cognitivo, que las hacen privilegiar el corto plazo frente al largo plazo. Nos enfrentamos a un círculo vicioso que requerimos romper; visión de corto plazo, medidas populistas, ganancias de capital político, menor recaudación en épocas de crisis cíclicas, menor inversión (pública y privada), menos reformas estructurales, crecimiento irregular e insostenible y pérdida de bienestar intergeneracional.
La oportunidad que se nos presenta ahora es que ha ganado relevancia un participante nuevo en el escenario de las decisiones públicas, la ciudadanía. Ahora la ciudadanía viene advirtiendo el impacto de los deficientes servicios públicos sobre su bienestar y, por tanto, debe funcionar como un agente que exija a que las autoridades rindan cuentas concretas de reformas específicas, no solo por su efecto sobre su propio bienestar, sino sobre las próximas generaciones. De esta forma, sociedad civil y sector privado deben empezar a ejercer su rol de control social y de colaboración para “forzar” a las autoridades a alinearse en una mirada de largo plazo bajo una perspectiva prospectiva.
El costo del corto plazo siempre ha existido solo que los ciudadanos nunca nos dimos por enterados y las autoridades no quisieron darse por enteradas; aprendimos y nos enseñaron a convivir con lastres como la informalidad y la corrupción. Se debe iniciar un círculo virtuoso que coloque al 2021 como el punto de partida de un país más cooperativo y que exija resultados de valor público; menor desigualdad, mayor justicia, participación ciudadana, accountability y mayor cohesión social.
Esta experiencia debe ayudar a que los ciudadanos advierten que la capacidad para enfrentar un evento como el actual depende del desempeño de sus autoridades, de su capacidad de tener una visión estratégica de país y de articular esfuerzos multinivel, multisectorial y de identificar oportunamente la necesidad de introducir reformas que fortalezcan la capacidad del Estado. No podemos desaprovechar la crisis del coronavirus.
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