En tiempos ordinarios la polarización política ya es un problema para el Perú. Sin embargo, en elecciones (tiempoextraordinarios) la sociedad se polariza de forma notable, no solamente en la distancia de las opiniones sino en un aumento considerable de los desacuerdos en torno a temas fundamentales como los que se presentan en los debates públicos en medio de una pandemia. Por eso, es de saber que, a mayor polarización, más difícil resulta generar consensos amplios entre grupos con sensibilidades distintas, lo cual permitiría encontrar reformas profundas para desarrollar una sociedad justa y más humana, es decir, con dignidad.
Hay que tener en cuenta la reflexión de Jacques Ranciere, para quien el desacuerdo pasa a ser inherente a la política y un momento necesario en el camino hacia la justicia sin tener que caer en la irracionalidad. No obstante, la polarización sitúa a los interlocutores y los aleja tanto que no se reconocen y, por lo tanto, el reconocimiento de una realidad compartida desaparece. Es decir, la comunicación en sí desaparece. Este proceso no se detiene y avanza irremediablemente, tal y como ocurre con la mentira. Esta tiene que ser rápida para que no pueda ser fiscalizada (¿se nos ocurren ejemplos inmediatos ahora en campaña? Seguro que muchos), es por eso su vorágine diaria. Consecuencia de ello es el bloqueo y pérdida de elementos mínimos de sociabilidad. Es así que nuestras redes y nuestros medios ya no son espacios de encuentro, mucho menos de debate pausado y deliberado, sino espacios de fingimiento constante. Y este bloqueo conduce a la desafección: nos encontramos en la pseudocracia, el régimen de quien mejor miente. En realidad, la sociedad se vuelve su propaganda porque “viraliza” sus mentiras.
En la polarización encontramos dos aspectos: uno positivo y otro negativo. Aunque parezca contradictorio, existe un lado positivo. Este se da en el ámbito de los movimientos sociales como mecanismos que buscan hacer presente un malestar y “obligan” a las personas a ser conscientes de ese malestar y posicionarse al respecto. Es decir, una polarización a partir de reivindicaciones. Esa polarización busca poder hablar de ese malestar y llegar a acuerdos. Nuevamente, el punto de partida es el desacuerdo (como propone Ranciere). Por otra parte, lo negativo de la polarización está asociado y/o dirigido a cultivar el odio, ya sea como recurso primario que surge y no sabemos conducir o como una estrategia bien elaborada de creación de odio.
Entonces, las perspectivas de cambio para empezar a desescalar los procesos de crispación y polarización los encontramos desde los cambios culturales. Por un lado, la idea de verdad. Existen muchos problemas con la verdad, ya que cuando analizamos la polarización nos damos cuenta de que tiene que ver con ciertos ataques a la verdad o a un escenario en donde la noción de verdad ha dejado paso a otras que le han ganado terreno. En ese sentido, toda sociedad debe poder analizar dónde hay mentira y dónde hay verdad, distinguir hechos de opiniones (hoy más que nunca con la pandemia). Necesitamos pasar de una sociedad en la que la noción de verdad ha sido dinamitada, a una sociedad que sabe cuál es el lugar de la verdad y la reconoce sabiendo cuáles son sus limitaciones. Esto va más allá de los debates que tendremos en adelante de aquí hasta las elecciones. Y, por otro lado, aún no tenemos muy claro la importancia que tiene el conflicto en la sociedad, y es que lo estamos tratando de una manera errónea. Para empezar, sin conflictos no hay convivencia, todas las relaciones humanas habitan en conflictos. La cuestión es cómo tratamos el conflicto, lo gestionamos y nos relacionamos en medio de él. Los conflictos no desaparecen. Es necesario repensar nuestra relación con el conflicto y aprender a vivir de ellos, no para disfrutarlos sino para poder encontrar la manera de resolverlos. Creemos que las crispaciones en campaña electoral están justificadas, cuando precisamente se supone que es el momento de clímax de debate con mayor incidencia en la distribución de poder en una sociedad.
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