El Perú necesita una ciudadanía responsable. El COVID-19 repercute no solo en la salud individual y colectiva, sino también en lo económico, lo ecológico, lo social y lo político. La paralización casi total de las actividades habituales lo hace patente. El Gobierno hace lo suyo, pero sin el compromiso ciudadano será inútil todo esfuerzo en la lucha contra esta pandemia.
Cuarentena e inamovilidad social obligatoria son métodos de control preventivo que implementan algunos países afectados por el COVID-19 para evitar la propagación del patógeno y detener el contagio masivo. Se trata, primero, de identificar a los contaminados con el virus, pues necesitan atención inmediata. Se trata, también, de mantener a salvo a la población sana, no contaminada con el virus, para evitar que se contagie. En todos los países que implementan estas medidas se requiere el compromiso de la ciudadanía, que, a su vez, también está compelida a hacerse responsable ante la crisis.
La cuarentena implica distanciamiento social y paralización de las actividades habituales. El sistema productivo se da cuenta de hasta qué punto depende de la buena salud de trabajadoras y trabajadores. Todo lo que hasta hace algunas semanas era lo más natural y normal ahora aparece revestido de otro semblante. El cambio invita a la reflexión. La cuarentena quiere mitigar el impacto del peligro social que pone en riesgo la salud pública. El encierro es más duro para unos que para otros. Sea como fuere, evadir la cuarentana es irresponsable. El individuo egoísta, narcisista y autocomplaciente de las sociedades modernas, acostumbrado a no ir más allá de su campo perceptivo, de pronto remonta hacia la solidaridad y la cooperación.
La cuarentena también puede ser tomada como síntoma del malestar en la cultura. Sus resultados son diversos. Influye mucho el factor cultural. La mentalidad mítica y la mentalidad científica colisionan una vez más a propósito del COVID-19.
Donde se asume el COVID-19 como cosa menuda las consecuencias son trágicas y dolorosas. Italia ha pasado a ser el país con la mayor morbilidad y el segundo país con mayor índice de contagios porque el virus se difundió como una ráfaga ante la parsimonia de las autoridades. Italia registra 6.820 decesos, más del doble de muertes que China (3.160). Al cierre de esta columna se computa, a nivel mundial, 417.698 casos confirmados, 18.614 decesos y 107.806 recuperaciones. Pese a ello, hay países que todavía se resisten a aplicar medidas al amparo en monsergas supersticiosas y acientíficas.
Donde se asume la evidencia científica con actitud responsable los resultados son más eficaces. En Corea del Sur, una sola persona, una mujer que adquirió el virus en China, conocida después como la Paciente 31, ella sola contagió a más de mil personas: desoyó las recomendaciones de los médicos y el gobierno y tuvo intensa actividad social en Seúl, Daegu y otras localidades; ella sola propició el 80 % de contagios en su recorrido. Las autoridades sanitarias se tomaron en serio su trabajo y lograron establecer la ruta de propagación hasta sofocar su onda expansiva.
El Perú se suma a esta tendencia y está tratando la crisis sanitaria con seriedad y entereza a pesar de las limitaciones que imponen los recursos siempre insuficientes. El Ejército y las Fuerzas Armadas patrullan las calles. Impresiona el desacato frívolo a las disposiciones del Gobierno en algunas regiones: el momento exige un grado más alto de responsabilidad.
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