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Cuando lo personal es político (II)

Ser una persona afrodescendiente en el mundo en este momento histórico es particularmente complejo. Muchos elementos de nuestra humanidad están siendo desafiados y confrontados públicamente. En esta columna, examino algunas maneras en que esto es así hoy, y cómo este fenómeno no es nuevo.

El lunes 25 de mayo empezaba la última semana del mes. Empezaba también una de las semanas mas difíciles y complejas para quienes apostamos por el antiracismo. Por la mañana, Amy Cooper se encontraba con Christian Cooper (que tengan el mismo apellido es una coincidencia) en una zona del Parque Central en Nueva York donde las personas suelen ir a observar aves. Luego de un intercambio pacífico de palabras, donde el señor Cooper le pide a Amy que le ponga collar a su perro (reglas de la zona), Amy llama al 911 pidiendo ayuda, y entre gritos desesperados explica que está siendo “atacada” por un hombre afroamericano. En el video, sin embargo, que ya se ha hecho viral vemos que el señor Cooper nunca se acerca a Amy y mas aún, le insta a que llame a la policía. Esta interacción es particularmente problemática porque últimamente se viene haciendo costumbre en los Estados Unidos que personas blancas llamen a la policía para acusar a personas negras realizando acciones cotidianas reportándolas como “sospechosas.” Acciones como sentarse en Starbucks, estar en el gimnasio, querer entrar a su edificio o utilizar la piscina del mismo, tomar una siesta en un espacio común de la universidad, salir a correr, etc. Así, el color de su piel es el elemento que criminalizaría su presencia en estos espacios, su existencia en el mundo. Últimamente también, y gracias al alcance de las redes sociales, vemos muchas de estas interacciones con la policía, terminar en episodios innecesariamente fatales, sobre todo, cuando la policía muestra un sesgo similar a quien inicia la llamada. Así, la noche de ese mismo lunes 25 de mayo vería la muerte de un hombre afroamericano más en manos de policías: George Floyd.

| Fuente: EFE

Examinar nuestra sociedad, desde el punto de vista de los temas que trabajo, requiere de mí una dosis muy alta de emoción contenida, rabia, indignación, y frustración. Como una mujer afroperuana trabajando sobre desigualdades sociales, derechos civiles y políticas públicas de protección a las minorías, ocasionalmente me encuentro escribiendo y estudiando desde una posición compleja. A veces, una tiene que ser un actor objetivo y analizar la realidad removiéndose a sí misma del entorno. A veces, como es el caso ahora, una se encuentra escribiendo desde la propia herida. Es fácil, y siempre será fácil, vivir la vida sin hacer un mayor examen de las estructuras y sistemas de poder y dominación que nos rodean. Esto es, sin analizar cómo el racismo, el sexismo, la homofobia o la xenofobia afectan a las personas que tenemos alrededor, de manera independiente o en conjunción. Es fácil ignorar cómo el colonialismo se sigue reproduciendo en todas las esferas de poder de nuestra sociedad afectando particularmente a ciertas personas y gratificando injustamente a otras.

Hay ciertos privilegios en navegar el mundo en un cuerpo blanco o claro (un cuerpo con características “aceptables” en nuestra sociedad). Uno de los privilegios más importantes es la poca o nula necesidad de pensar en términos raciales. Lamentablemente, las personas que habitamos cuerpos oscuros (cuerpos negros como es mi caso) no tenemos esa opción. Todas nuestras interacciones sociales, inclusive las no verbales, están marcadas por la idea que tienen nuestros pares respecto de las personas que “son como nosotros;” en todos los países del mundo.

Es temprano en la vida que uno empieza a identificar de qué manera es diferente, o cómo la sociedad le percibe diferente y cuál es el costo de estas diferencias. De pronto los compañeritos en el colegio ya no quieren jugar con uno, o su asiento es el último en llenarse en un transporte público abarrotado. La respuesta esta, muchas veces, en las sutilezas que solo las personas racializadas parecemos notar. Solo hay que prestar atención y es posible identificar de qué maneras la sociedad que nos rodea interpreta nuestra existencia.

Las personas que hacemos parte de grupos poblacionales minoritarios: asiático-peruanos, afrodescendientes, indígenas (de la zona andina o amazónica), estamos muy al tanto de qué tan “diferentes” somos del ciudadano peruano mestizo. Aun cuando este ciudadano mestizo es en sí mismo el producto de la colectividad de todos nosotros, la sociedad peruana nos deja bastante claro qué tan desiguales “somos.”

Los problemas de todos los peruanos y peruanas son distintos. Todos tenemos preocupaciones y prioridades diferenciadas. Para las poblaciones afrodescendientes en el Perú, como para las poblaciones afrodescendientes en el mundo, estos problemas tienen que ver con la construcción histórica de la narrativa que se ha impuesto sobre nosotros y sus consecuencias actuales. Las poblaciones afrodescendientes fuera de África se han explicado mayormente desde el punto de partida de la trata transatlántica y la consecuente colocación artificial en los sistemas demográficos nacionales como esclavos (bienes muebles) y posteriormente, solo después de años de esclavitud y explotación, su reconocimiento como personas. Sin embargo, valdría la pena preguntarse si las sociedades modernas de hoy realmente han aceptado la idea de que los esclavos de ayer pueden ser sus vecinos de hoy y que estos sostienen exactamente los mismos derechos. Valdría la pena examinar si las sociedades de hoy valoran de la misma manera los cuerpos negros o si estos son sacrificables; entendiendo que en nuestro caso que la noción de cuerpos negros puede ser reemplazada con cuerpos indígenas.

Marielle Franco y George Floyd no son los primeros, ni serán los únicos, y aunque “lejos”, se sienten muy cercanos para muchos de nosotros. Lamentablemente, re-encienden la rabia y la desesperanza de estar en un país donde nuestras características son objeto de risa pública gracias a un personaje de televisión, donde nuestro color de piel es utilizado como insulto, o donde tan poco se espera de nosotros; un país donde la sociedad ataca a un Estado, que tarde, pero bien intencionado, busca remediar un poquito esta situación con recomendaciones específicas basadas en indicadores de salud. Un país donde hay racismo pero casi nadie es racista. Estas muertes “lejanas” para muchos nos recuerdan a tantos otros, en el cuerpo y el corazón, la indignación, la frustración y el miedo de no sabernos seguros en el mundo.

NOTA: “Ni el Grupo RPP, ni sus directores, accionistas, representantes legales, gerentes y/o empleados serán responsables bajo ninguna circunstancia por las declaraciones, comentarios u opiniones vertidas en la presente columna, siendo el único responsable el autor de la misma.

Experta en análisis político social sobre el estatus de poblaciones minoritarias. Especialista en políticas de etnicidad en países andinos y consultora sobre enfoque de género e intercultural. Docente e investigadora de la Universidad del Pacífico. Magíster en Derecho por la Universidad de Pensilvania y en Estudios Latinoamericanos por la Universidad del Sur de la Florida.

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