Cada cierto tiempo, normalmente de sorpresa, mis cuentas de redes sociales se ven inundadas de etiquetas. Estas suelen provenir de colegas o amigos (siempre bien intencionados) que me “avisan” sobre alguna noticia, comercial, nota o video aparecido en algún medio denunciando algún acto de racismo contra alguna persona afrodescendiente. Estas etiquetas, que normalmente además incluyen a otros colegas que trabajan el tema, vienen acompañadas de preguntas o comentarios inquisitivos. Los más osados incluyen una solicitud: asumir una posición pública o “pronunciarme” sobre el asunto.
Lo cierto es que yo no represento a nadie: ni a las mujeres, ni a los afroperuanos, ni a alguna de las entidades en las que trabajo. Si acaso, a mí misma. No obstante, mi experiencia y la de tantas otras personas que somos parte de grupos minoritarios, no es extraña. Los teóricos en estudios raciales afirman que uno de los grandes problemas que pesa sobre las poblaciones minoritarias, es que se vuelven representantes simbólicos del grupo al cual pertenecen. En otras palabras, si una persona afro comete algún delito es porque “todos los negros son rateros.” Si una persona indígena-andina pronuncia mal una palabra es porque “los andinos no saben hablar bien el español.” Tal vez el ejemplo más cercano hoy son las conjeturas que se están haciendo sobre la población venezolana en Lima: un mal elemento, contamina la noción que se tiene sobre todo el grupo. En suma, si alguien en la minoría se porta mal, es porque todas las personas que componen esa minoría tienen esa tendencia.
Esta representación “impuesta” alcanza también a la responsabilidad de “hablar por el grupo.” Así como se carga a las minorías con las características negativas que afectan a uno o más de sus miembros, también se les encarga la responsabilidad de representar al resto y hablar sobre “sus” temas. Esta suele ser la razón por la que cuando vemos una noticia sobre racismo, etiquetamos a todos los amigos afrodescendientes o indígenas que conocemos, según sea el caso; demostrando siempre nuestra indignación, claro está. O si tenemos una duda sobre algo que puede ser o no racista, preguntamos a estos mismos amigos, asumiendo que siempre tendrán una respuesta, en vez de investigarlo o buscar la respuesta por nosotros mismos; e ignorando lo duro que puede ser para estas personas ser expuestas a estos temas una y otra vez.
El último sábado esta realidad me confrontó públicamente y frente a una audiencia. Fui invitada a facilitar un conversatorio sobre la obra teatral Freeman, una puesta en escena basada en episodios explícitos de discriminación muy graves y expuestos a la palestra mundial, como los episodios de violencia racial entre las fuerzas del orden y ciudadanos afroamericanos. Terminada la obra, en el conversatorio y luego de que los propios actores contaron testimonios personales muy fuertes ocurridos en los distintos países donde se ha presentado esta obra, solicité preguntas del público. Hay una en particular que sigue dándome vueltas en la cabeza: ¿Nos pueden contar qué otros episodios de discriminación o racismo han vivido?
Es momento de que como sociedad nos demos cuenta de que los sistemas de racismo, sexismo, homofobia, xenofobia no son un tema que convoca únicamente a las personas víctimas de estos tipos de opresión y a los “culpables”, sino a todos y cada uno de nosotros. En ese momento tenso, la ligereza de la pregunta y la expectativa de querer escuchar algún “relato” o “fábula” racista sucedida lejos de la realidad de quien hizo la pregunta, pareció implicar, precisamente, que los episodios de racismo y discriminación son hechos tan extraordinarios o excepcionales, que se pueden enumerar y guardar para cuando es necesario responder a preguntas como estas; anécdotas casi. Además, que la responsabilidad de quien hace la pregunta es nula frente a esta realidad. Estos problemas del Perú (y del mundo) no se resuelven como un partido de futbol: equipo A vs. equipo B, con una tribuna llena de personas que, por que “no son” o no se perciben a si mismas como racistas, sexistas u homofóbicas, no tienen ninguna responsabilidad en el partido y pueden ser ajenas al mismo. Lo cierto es que todos estamos en la cancha. Todos estamos jugando. La cuestión es, y evaluémoslo bien, ¿En qué posición?
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