El continuo aumento de nuevos casos de contagio y de muertes por la pandemia nos impulsa a querer tener la información más realista posible, y, en consecuencia, a tratar de buscar el medio más preciso para poder comprender la situación que vivimos. Uno de estos modos de conocer la realidad son los números, pues nos permiten describir rápidamente aquello que queremos explicar. Los números son la síntesis perfecta de aquello que queremos decir, pues designan y cierran la realidad de un objeto en pocos segundos. Los medios de comunicación conocen su efecto y por eso los utilizan a menudo en sus titulares y en largas explicaciones estadísticas. Por nuestra parte, no hay día en que no nos encontremos en una discusión sobre cuántos han adquirido el virus, cuál es su mortandad, a qué cifra se llegará y cuántos meses más durará el mal. Todo número nos permite echar luz, de un solo golpe, sobre lo que necesitamos comprender, y esa es la expectativa que nos embarga cada vez que los diarios o la radio dan cuenta de una nueva cifra.
No obstante, muchas veces sucede que el número que teníamos por la mañana ya no tiene el mismo valor por la tarde, pues un nuevo reporte nos informa que la cifra que habíamos leído temprano no había considerado los promedios, la proporción y las diferencias que ahora a las dieciocho con cuarenta sí se tienen. Todo lo que habíamos armado debe ser rearmado. Este es, pues, el número verdadero, y esperemos que para la noche no haya variaciones.
Es probable que a lo largo de estos meses no dejaremos de estar muy lejos de las cifras, pues son una herramienta eficaz para tomar las medidas necesarias y enfrentar el mal, pero también hay que decir que esta dimensión –la de las cantidades, las estadísticas y los factores– no es la única. Los números representan proporciones, pero también son un símbolo, una marca, y muchas veces adquieren un valor que va más allá del mero conteo o repaso escrupuloso. Parte de ello se encuentra en su misma ambigüedad. Tal como hemos visto, una cifra pareciera tener el poder de revelar, pero también tiene el poder de ocultar. De ahí que cuando nos encontramos con un número, un número cualquiera, nos encontramos con muchas posibilidades, tanto con lo finito como con lo infinito. No es casual, por tanto, que a veces tengamos preferencia por un guarismo más que por el otro, o por esta cifra (una cifra compleja y muy particular) más que por la otra, y es que allí ya no buscamos una medida o una magnitud. Lo que hacemos es recurrir a un símbolo que nos permita traducir aquello que queremos designar pero que, al mismo tiempo, sabemos que no se puede nombrar. Un símbolo que trata de interpretar una situación límite.
¿Cuál es el número de la pandemia? No lo sabemos, pues nunca llegaremos al número esencial. Pero es muy probable que cada uno de nosotros tenga, eso sí, un símbolo que abrevia y al mismo tiempo proyecta todo lo que está ocurriendo. No se trata de un número secreto, pues tal vez es el que hoy vimos en el periódico, pero no es un número exacto. Es el signo que trata de desentrañar lo incomprensible, pero que también da cuenta de lo huidizos que son los objetos del mundo.
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