Quién ganarás las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre de este año es una pregunta cuyo impacto trasciende los límites de esa nación norteamericana. Aunque la respuesta del gobierno de Trump a la pandemia haya convertido a su país en el hazmerreir mundial, es necesario no olvidar que Estados Unidos sigue siendo una nación vital en el futuro de nuestro planeta. Y no es que crea en los viejos dogmas del excepcionalismo estadounidense, pero nos haría bien a todos que Estados Unidos contara con un liderato más asertivo, efectivo y, sobre todo, empático que el actual. En otras palabras, cuatro años más de Trump en la Casa Blanca serían desastrosos.
¿Será reelecto Trump? Esta es una pregunta que hace cinco meses hubiera respondido de forma afirmativa. Sin embargo, la pandemia ha cambiado drásticamente el contexto político y económico estadounidense, dejando abierta esa pregunta. Como historiador no puedo dejar de buscar respuesta analizando el pasado y este no es propicio para Trump. En el siglo XX solo hubo cuatro presidentes lame duck (patos cojos), es decir, que no fueron reelectos: William H. Taft, Herbert Hoover, James Carter y George G. W. Bush. De estos, tres perdieron la reelección en contextos económicos muy complicados. La lenta y tímida reacción a la crisis económica de los años 1930, la llamada Gran Depresión, le costó la elección de 1932 a Hoover. Cuarenta años más tarde, Carter fue víctima, entre otras cosas, de una inflación del 18%, de una severa crisis energética y de una recesión económica. El mayor de los Bush es el único presidente en la historia estadounidense que no fue reelecto a pesar de haber ganado una guerra. El colapso de la industria bancaria y crediticia en 1989, el aumento de los impuestos, la caída de la bolsa de valores en 1990, unidas a un desempleo de 7%, sacaron a Bush padre de la Casa Blanca. El factor común a estos tres casos es el tema económico, o como lo bien lo definió la campaña de Bill Clinton en 1992, “it’s the economy, stupid” (es la economía, estúpido). En otras palabras, una economía en crisis reduce seriamente las posibilidades de relección de cualquier presidente.
¿Cómo deja la experiencia histórica a Trump? Muy mal parado gracias a las consecuencias de la pandemia de la COVID-19. El golpe que ha recibido la economía estadounidense en los últimos dos meses de aislamiento social ha sido devastador. En enero la tasa de desempleo era de 3.6%. Según cifras del Ministerio de Trabajo, abril cerró con una tasa del 14.7% de desempleo, la más alta desde los años 1930. Se calcula que unos 36 millones de estadounidenses han perdido su trabajo en un periodo muy breve de tiempo. Según las proyecciones, a finales de mayo el desempleo podría llegar al 23 ó 25%.
Con estas cifras, si la apertura social no provoca una reactivación de la economía, las posibilidades de relección de Trump deberían ser limitadas. A esto habría que añadirle la posibilidad terrorífica de una segunda ola de la pandemia en el otoño norteamericano, justo antes de las elecciones. El nerviosismo entre los Republicanos es claro, de ahí la insistencia suicida, dirían algunos, de reactivar la economía a como de lugar. Sin embargo, no todo está perdido para Trump, pues cuenta con un aliado: el Partido Demócrata. La oposición ineficiente de los Demócratas, unida su incapacidad de empujar ayudas directas a los ciudadanos afectados por la crisis y a su insistencia en un candidato tan flojo como Joe Biden, benefician a Trump.
No me atrevo a vaticinar quien ganará las elecciones presidenciales estadounidenses. Hay todavía muchos cabos sueltos, muchas variables impredecibles. La situación no pinta bien para Trump, pero todavía no pongan a enfriar el champán.
Comparte esta noticia