Si algo ha quedado claro en las últimas dos semanas es que, quienes alertamos sobre la incapacidad de Trump para ocupar la presidencia de Estados Unidos, nos quedamos cortos en nuestra apreciación. Desde la campaña de 2016 era claro que el neoyorquino carecía de la madurez, empatía, inteligencia y salud mental para ocupar la Casa Blanca. Una de las grandes preguntas que entonces afloraron era cómo lidiaría Trump con una crisis que demandara trascenderse a sí mismo –y a sus intereses económicos– y ser un líder conciliador, empático, inspirador y, sobre todo, capaz. Hasta la actual crisis del coronavirus Trump y su gente tuvieron que atender crisis generadas por ellos mismos, y a pesar de todo del sufrimiento y dolor que infligieron, no salieron tan mal parados.
El pésimo manejo la actual crisis sanitaria ha despejado cualquier duda sobre la rampante ineficiencia de la actual administración. Ha quedado claro que Trump ha estado más preocupado en su reelección que en el bienestar de sus conciudadanos, de ahí que no le interesara tener una idea precisa de cómo avanzaba el virus en la nación estadounidense, elemento clave para saber cómo enfrentarle. Su ignorancia, arrogancia y pedantería –unidas a su rechazo de la ciencia– le hicieron incapaz de reaccionar ante la tormenta que se avecinaba y que él se empeñó en negar o en minimizar. Contrario a lo que podría ocurrir en nuestros países, en Estados Unidos la figura del presidente ejerce una enorme influencia entre los ciudadanos. De ahí la importancia de sus palabras, sus gestos y de sus acciones.
Trump le ha fallado a su nación cuando esta –y el globo– más necesitábamos de un liderato eficaz y confiable en la Casa Blanca. El llamado líder del mal llamado mundo libre –ese súper hombre que en las películas no has salvado de invasiones alienígenas o meteoritos amenazantes– se quedó esta vez muy corto. Por el contrario, hemos sido testigos de una patética caricatura, un triste espectáculo, un reality show vergonzoso protagonizado por Trump. Esta vez Hollywood no nos salvara.
Nunca sabremos cuántos de los miles de estadounidenses que morirán víctimas del COVID-19 podrían haberse salvado, pero sí sabemos que buena parte de la responsabilidad por esas muertes recaerá en los hombros de un individuo que nunca debió llegar a ser presidente de Estados Unidos. Ojalá se haya aprendido esa lección, pero lo dudo.
Comparte esta noticia