“Hoy en día, Pekín es el principal socio comercial de Brasil, Chile, Uruguay, Perú y Argentina. También presta dinero en grandes cantidades a los gobiernos latinoamericanos. Estos préstamos son devueltos por algunos países en materias primas como el petróleo”
Denis Lukyanov, Sputnik Mundo
Se ven lejanos aquellos años cuando los países latinoamericanos consideraban a Estados Unidos un aliado natural y su principal socio comercial. Mucha agua ha corrido bajo el puente de esta relación, pero, en las últimas dos décadas, esta ha empezado a escasear. La indiscutible primera potencia mundial, hasta hace algunos años, ha descuidado sus relaciones con lo que fue considerado por sus críticos como su “patio trasero” (término acuñado durante la doctrina Monroe, en 1823), para aludir a la cercanía de los países latinoamericanos con la emergente potencia de los Estados Unidos en esa época y la necesidad de evitar un intento de España por recuperar su hegemonía sobre la región.
El último gobierno del expresidente Donald Trump promovió abiertamente una política proteccionista y nacionalista, y restó importancia a las relaciones con sus principales socios comerciales. Latinoamérica nunca tuvo prioridad en su agenda y su agresiva política antiinmigración tocó fibras profundas en nuestra región, cuyos inmigrantes en los Estados Unidos ya constituyen una de las más numerosas minorías étnicas, que en la actualidad tienen una gran importancia en su desarrollo económico.
Por el contrario, China, que se encuentra en constante expansión, aprovechó los últimos años para convertirse en el primer socio comercial de la región latinoamericana. Los lazos que la unen con Latinoamérica ya no se basan únicamente en su necesidad de asegurar materias primas para apoyar su crecimiento económico (minería, energía y alimentos), sino que se han extendido a otros sectores, como la infraestructura, los servicios, el internet y la electricidad.
El impacto de las inversiones chinas en la región es muy importante. A ello podemos añadir una política efectiva de “poder blando” del gigante asiático, que ha aprovechado las circunstancias de la pandemia para ofrecer donaciones en vacunas y suministros médicos para los Gobiernos. También ha logrado consolidar una influencia a través de la rápida producción y distribución de sus vacunas, que han sido adoptadas en varios países de la región en condiciones favorables para ambas partes y, a menudo, incluso con concesiones del Gobierno chino.
Anne-Dominique Correa manifiesta que “los Gobiernos conservadores del subcontinente, en el poder desde mediados de 2010, descubren, tras haber intentado volver al redil de Washington, que Estados Unidos es un aliado exigente y poco generoso”. En otras palabras, los gobiernos de derecha de la región latinoamericana no encontraron en las políticas norteamericanas la reciprocidad de antaño por promover sus intereses en la región.
Otro aspecto no menos importante es la cercanía ideológica del Gobierno chino con los Gobiernos de varios países de la región. De la tradicional relación con Venezuela y Cuba (influyente en varios políticos latinoamericanos), ha extendido esa cercanía a los Gobiernos de Argentina y Perú. También estuvo muy cerca a los anteriores Gobiernos de Bolivia y Ecuador.
En la actualidad, la región vive una coyuntura política donde resurgen tendencias de izquierda y donde países que antaño eran bastiones de la política norteamericana en la región, como Chile y Colombia, están cercanos a procesos electorales donde uno de los candidatos representa a esa tendencia. No podemos olvidar la tensión social que vivó la región en los momentos previos a la pandemia, y que generó la instauración de una asamblea constituyente en Chile, dominada por los representantes de izquierda elegidos por el voto popular.
En medio de una pugna por la hegemonía mundial entre el dragón y el águila, donde el primero parece haber ganado ventaja, podemos afirmar que los países de la región, en su mayoría, han tomado partido por el bando que ofrece más oportunidades. La posibilidad de ingresar a la cadena comercial mundial de la mano del gigante asiático, pese a los temores que despierta su reputación comercial, parece ser la elección. A Estados Unidos le tomará muchos años recuperar su antigua hegemonía en la región. Para ello, necesitará convencer a sus líderes sobre la importancia de invertir en esa relación.
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