Hace unos días estalló un “escándalo”. Alberto de Belaunde apoyaba una iniciativa de Save the Children para que las niñas (o sus padres) puedan decidir si iban al colegio con falda o con pantalón. Los detractores de la iniciativa presentaron diferentes reacciones. Por un lado, los adeptos a las conspiranoyas, pensaban que esta podría ser la punta del iceberg de alguna otra iniciativa ¿Después de las faldas qué viene?
Otros señalaban que no le encuentran problema a la falda, se remiten a su experiencia, o a lo que observan en sus hijas (sin preguntarles). Recordando que la propuesta de Save the Children se basa en los testimonios de niñas en edad escolar, llama la atención la facilidad con la que algunos desprecian las evidencias en función de su experiencia inmediata, bajo el absurdo razonamiento de “si no lo he visto, si no me ha pasado a mí, no existe”.
Por último, un argumento clásico de las redes sociales, el ya conocido “hay problemas más importantes”. Argumento paradójico porque puede aplicarse, prácticamente, a cualquier cosa. Todo, o casi todo puede ser invalidado con esa frase y por eso lejos de proponer algo en el fondo empuja a la inacción.
Estas reacciones desvirtúan la naturaleza de la propuesta. No se trata de ponerse a pensar para decidir qué es lo mejor, si la falda o el pantalón. Se trata de reconocer la capacidad de las niñas (y evidentemente de sus padres) para decidir qué es mejor para ellas sobre la ropa que llevan. Bastante elemental verdad ¿Pueden las niñas (y sus padres) decidir sobre la ropa que llevan?
Lo perturbador de la reacción negativa a la propuesta es que dice “Tú no puedes decidir sobre tu ropa. Tú no sabes que es lo mejor para ti y yo sí”.
En nuestro país esta lógica se repite constantemente desde casos “mundanos” hasta casos “extremos”. Del lado de los mundanos podemos colocar este, el de la falda o, por ejemplo, la decisión de los padres sobre lo que deben o no estudiar sus hijos. Allí con toda la buena intención los padres actúan como si les dijeran a sus hijos “tú no sabes lo que es lo mejor para ti, yo sí” y aunque muchos genuinamente lo crean así, la verdad es que las más de las veces esos chicos terminan insatisfechos con la carrera que fueron obligados a estudiar.
En el lado de los casos extremos podemos ubicar, por ejemplo, las esterilizaciones forzadas en lugar de la planificación familiar. Ahí se actuó de modo criminal como diciendo “Tú no puedes decidir sobre tu reproducción”.
Tanto en los casos que hemos llamado “mundanos” como en los “extremos” el denominador común es que no es el sujeto que lleva la falda, el sujeto que va a estudiar o el sujeto que tendrá los hijos el que decide sino un agente externo que por alguna razón se sitúa por encima pretendiendo un saber superior al de los otros.
Así se limitan las posibilidades del sujeto de decidir y cuando esto se hace se crea sufrimiento. Se crea sufrimiento porque se abona el terreno para crear sujetos obedientes, bien adaptados para avanzar siguiendo órdenes (adaptados a una lógica dictatorial) y con capacidades reducidas para pensar por sí mismo, o sujetos rebeldes que al no encajar con los mandatos absurdos o descontextualizados se revelan, a veces en silencio, a veces estruendosamente.
Si en lugar de ello estimuláramos los espacios de decisión del sujeto, orientándoles y acoplándolos en la reflexión, estaríamos promoviendo capacidades fundamentales para el ejercicio digno de una ciudadanía democrática.
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