Acaba un nuevo año escolar en una coyuntura en la que la educación ha estado en boca de todos. La discusión sobre el currículo escolar parece haber dejado en segundo plano la reflexión sobre el docente. Terminando el año es momento de que el docente mire con perspectiva y evalúe su labor. Nos preguntamos, entonces, por la experiencia del docente y las condiciones sociales que la enmarcan.
En Introducción al narcisismo, Freud (1914), describe el “sentido de sí” como una representación de sí mismo que admite una lectura en términos favorables o desfavorables y que por tanto, como hacen Romero y Sauane (1999), es posible vincularla con la autoestima. El sentido de sí se basa en vivencias infantiles muy tempranas: en la sensación de omnipotencia infantil y en la posibilidad de dar amor y sentirse amado.
Romero y Sauane (1999), en su artículo “Del malestar en los vínculos institucionales a las patologías de lo traumático” publicado en la revista de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, que se encuentra disponible gratuitamente en internet, retoman la propuesta de Freud para señalar cómo en la adultez el “sentido de sí” se actualizaría a partir de dos elementos: el primero es la capacidad para cumplir sus objetivos oscilando entre los polos de la omnipotencia, con la sensación de haberlo logrado todo, y la impotencia, con la sensación de no haber logrado nada. El segundo se refiere a la posibilidad de, mediante su trabajo, dar amor, ofreciendo algo valorado, y recibir amor en la forma de la gratitud del otro por el bien recibido.
Hoy en día, en nuestro país, la representación del docente escolar ha caído de su pedestal. El docente de antaño, autoridad indiscutible, se convierte en un sujeto cuyo saber es cuestionado constantemente por sus jefes, por los padres de familia, incluso por sus propios alumnos. Sus técnicas de enseñanza, en un contexto de cambios vertiginosos, son señaladas como anticuadas independientemente de si son efectivas o no. Su autoridad ha decaído, en parte por la precariedad de la educación y el sistema educativo que hoy muchos intentan volver a fortalecer, en parte por el fortalecimiento del pensamiento crítico, y en parte por la insatisfacción generalizada que nos acompaña como nación.
Estos cambios suponen una pérdida del reconocimiento social que recibe el docente. Frente a ello algunos docentes tratan de actualizarse a como dé lugar. Otros se esfuerzan, en el día a día, para dar lo mejor de sí y “ganarse a los alumnos”. Otros rigidizan sus normas para tratar de sostener lo poco de autoridad que les queda. Otros se dan por vencidos y trabajan por cumplir o por sobrevivir.
Cualquiera sea la respuesta del docente escolar, la verdad es que se encuentra en una situación difícil. Como observaban Romero y Sauane (1999), un contexto donde la labor docente ha perdido el prestigio que gozaba antaño no es un escenario fecundo para la construcción de un sentido favorable de sí. El docente ha de saber que, la gratitud frente a una tarea tan encomiable tarda en llegar, o a veces no se verbaliza jamás. Padres y alumnos reclaman cuando la tarea no se cumple adecuadamente pero suelen callar en la satisfacción ante los logros de la docencia.
A falta de esta retroalimentación el docente tendrá que buscar otros indicadores para autoevaluarse. Si su evaluación se basa en las muestras de gratitud externa, en el reconocimiento social, probablemente no llegue a buen puerto. Debe preguntarse, entonces, sobre el logro de los objetivos que él mismo se trazó; sobre las innovaciones que planteó; sobre los alumnos en los que logró generar interés o buenos resultados; o sobre los lazos saludables que construyó en su práctica docente. Es decir tendrá por fuerza que abandonar la evaluación exógena para medirse con sus propios criterios. Si el resultado de ese balance personal no es positivo, pues es un buen punto de partida para planear el próximo año. Si, en cambio, el balance personal es positivo, lo podrá compartir con sus alumnos y colegas. Algo de autoelogio bien fundado para levantar el sentido de sí no está mal cuando todo lo demás se ha perdido.
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