En la vida cotidiana operamos bajo la creencia de un mundo justo (sesgo cognitivo propuesto por Lerner), es decir, bajo la idea de que “las cosas pasan por algo”. Esta creencia no es más que un mito que usamos para explicar nuestras vidas y vivir tranquilos en la fantasía de un mundo que podemos controlar, pero esto es solo una ilusión.
Cuando le sucede una tragedia a otro pensamos “Por algo ha sido”, “Algo debe haber hecho para que le suceda eso”, “No se cuidó”, “No tomo precauciones”, entre otras frases. Esta forma de pensar nos permite sentir que tenemos control sobre nuestras vidas y sentirnos seguros. Así podemos creer que a nuestras hijas no les pasara nada si nosotros hacemos tal o cual cosa. Pero la realidad es otra.
Cuando una persona es víctima de un delito la creencia en un mundo justo se ve afectada. Puede, en primera instancia echarse la culpa. Puede decirse “de haber hecho las cosas de otra manera, esto no me hubiera pasado”, como si hubiera podido predecir lo que iba a pasar. Uno de los primeros pasos para la recuperación de una víctima es concluir esta fase. Tiene que reconocer que ella no tiene la culpa y que es una ficción pensar que podría controlarlo todo. Si bien es cierto que tomar precauciones ayuda a reducir las posibilidades de situaciones trágicas esto no quiere decir que tomar medidas de precaución nos va a liberar de todo mal.
No hay diferencia en si la madre se fue de fiesta, o tuvo una emergencia médica, cuando a su hija le paso algo. El hecho es que no tenemos control absoluto sobre qué pasa en nuestras vidas ni en la de las personas a nuestro cargo. Sin embargo, aceptar que la creencia en “el mundo justo” es un mito, implica aceptar que vivimos en riesgo constante y que, aunque podamos reducir riesgos, nada podemos hacer para evitarlos por completo. Resulta muy difícil aceptar esto y lograr vivir sin miedo. Así para muchos será preferible creer en su mito de un “mundo justo” y esgrimirlo sobre los demás: “Es tu culpa porque no la cuidaste como debiste” revictimizando así a una persona que ya está sufriendo bastante.
Por eso cuando una persona culpa a la madre por la tragedia que le pasó a su hija lo que está haciendo es preservar su “mito de un mundo justo” y de ese modo asegurar su propia tranquilidad. Está diciendo “eso te ha pasado a ti por no hacer como yo. Yo estoy a salvo mientras me comporte de tal o cual manera”; la triste verdad es, que nadie está realmente a salvo.
Este mito se sostiene, principalmente, porque tranquiliza. Si dejáramos de creer en el tendríamos que admitir que eso que pasó, sea en el contexto que sea, podría pasarme a mí también, independientemente de todos los cuidados que pueda tomar.
Con el mito del mundo justo culpamos a la madre y no nos damos cuenta de que la madre también es víctima, como podríamos serlo nosotros mismos ¿Víctima de qué? De alguien que perpetró un crimen; pero también y, sobre todo, de una sociedad que inculca ciertas formas de ser mujer y ser hombre, y que construye a su vez ciertas formas de ser víctima y ser victimario. No llama la atención que, en nuestro país, machista como es, los presos por violación sexual a menor representen el segundo grupo mayoritario en nuestros penales (debajo del robo agravado y por encima del tráfico ilícito de drogas).
La creencia en un mundo justo no solo nos tranquiliza mientras juzgamos, y revictimizamos a una madre que viene sufriendo, sino que, paradójicamente, nos empuja a un ideal de crianza que termina por convertir esta aparente tranquilidad en un lugar cómodo, pero lleno de miedo. Este mito de un mundo justo exige al cuidador ser un cuidador ideal. Un cuidador que funciona como un panóptico, que lo ve todo, lo sabe todo, lo controla todo, que está en todos lados. Un cuidador que vigila todo porque le teme a todo, un cuidador que se siente amenazado, que muere de miedo. De este modo es como si algunos dijeran “así como yo temo constantemente tú también debes vivir con miedo por tus hijos. Si no temes siempre no eres buena madre”. Sin embargo, todo esto constituye un cuidador que carece de salud mental. Para Winnicott lo que requerimos para la crianza es “una madre suficientemente buena”. Es decir, uno o varios cuidadores, madres, padres o apoderados que fallan, que se equivocan, como es normal; pero que son capaces de dar cariño, de contener, de dar seguridad. Ese es el cuidador que favorece el desarrollo de niños y niñas. No ese cuidador ideal que controla y que teme. Ese no es otra cosa que un cuidador perturbado y que no podrá más que trasmitir sus miedos a sus hijos e hijas.
Por eso pienso que debemos dejar de culpar a las víctimas, dejar de culpar a las madres y por tanto dejar de exigir modelos de cuidador que no son saludables. Tenemos que culpar no solo a los victimarios sino, sobre todo, a una sociedad que construye cierto tipo de trasgresores. Considero que tenemos que exigir un cambio social que nos permita convivir en paz. Que nos permita sentirnos seguros sin necesidad de ilusiones.
Hay muchas formas de promover este cambio. Una, por la que cualquiera puede empezar, es dejar de juzgar y revictimizar a las víctimas.
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