¿Alguna vez se ha preguntado por qué en una canasta de frutas las bananas se acaban más rápido que las naranjas? Aunque objetivamente no podemos afirmar que los plátanos tengan mejor sabor que las naranjas, hay algo que los hace más atractivos: son más fáciles de pelar. Esto se conoce como la ley del mínimo esfuerzo y es un fenómeno psicológico que implica que, ante una situación con varios caminos, escogeremos el que implique menos energía.
Llevemos este concepto a un entorno laboral, donde la introducción de pequeños incentivos puede llevar a impactos en el comportamiento. Por ejemplo, una organización buscaba fomentar el uso de las escaleras en lugar del ascensor para mejorar la salud de sus empleados. Prohibir el uso de ascensores no era una opción viable, por lo que creativamente instalaron mensajes motivadores y el número de calorías quemadas. Al poco tiempo, el tráfico de escaleras aumentó, mostrando que un pequeño incentivo puede tener un gran impacto. En otro caso, una empresa buscaba aumentar el número de interacciones entre sus empleados, por lo que habilitaron estaciones de café lejos de los escritorios e instalaron pizarras y post-it. Esto llevó a que los empleados utilicen este espacio para interactuar, hacer brainstorming y crear proyectos.
De manera similar el concepto aplica para desincentivar comportamientos. Por ejemplo, la empresa Z buscaba reducir la duración de las reuniones debido a la cantidad limitada de salas que disponían. Para ello, instaló relojes visibles en las salas que marcaban la hora de manera prominente. Conscientes del límite, los empleados comenzaron a preparar mejor sus reuniones para utilizar el tiempo de manera eficiente. Como resultado, la duración de las reuniones se redujo.
El éxito de la ley del mínimo esfuerzo radica en la facilidad de su aplicación. No requiere de grandes discursos ni estrategias complejas. De manera más simple, requiere de un enfoque práctico que haga más fácil elegir el comportamiento deseado.
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