Existe una pregunta a lo largo de nuestra vida profesional y personal que nunca perderá relevancia. Sin importar nuestro rol, jerarquía, sector, o si somos emprendedores, la pregunta será la misma: ¿invertiría en usted mismo? Reflexionar sobre esto, comparándonos con otras acciones como Alphabet, Tesla u otras alternativas del mercado, puede ofrecerle una perspectiva distinta del impacto de nuestras decisiones.
Si su respuesta es un sí rotundo e inmediato, entonces no hay mucho más que preguntarse, pues conoce su propio valor y su potencial de crecimiento. Sin embargo, si, por el contrario, encuentra dificultad para responder esta pregunta, es momento de analizar más a fondo. ¿Qué nos detiene?, ¿cuál o quién sería una mejor inversión? y ¿cómo podría mejorar el valor de su propia “acción”?
En un entorno laboral en constante evolución, todos actuamos como agentes individuales en un mercado competitivo. Por ello, para mantenernos competitivos en este sistema, es casi imperativo reinventarnos continuamente. Por lo que, si no somos capaces de creer en nuestra historia y en nuestra propuesta de valor, ¿por qué habrían de hacerlo los demás? Tenemos que ser capaces de comprar nuestra propia propuesta para ser capaces de venderla a los demás.
Esto significa que, de una u otra forma, todos estamos en el mundo de las ventas, lo que no debería sorprendernos. Cada día vendemos nuestros servicios, ya sean nuestras ideas, habilidades o nuestra visión, y las proponemos en diferentes situaciones, como cuando buscamos un ascenso, un nuevo trabajo, o cuando nos presentamos a un nuevo cliente, entre otras. Esta auto-confianza no es cuestión de orgullo, sino de reconocer y valorar nuestros talentos. Si no se siente cómodo o seguro de su propia propuesta de valor, invierta en usted mismo hasta que se sienta en capacidad de convencer a otros de ella.
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