“A mi hija la emborracharon en una fiesta sus amigos del cole … ¡el colegio tiene la culpa!”
“A mi hijo le robaron el celular en una reunión con amigos del cole… ¡el colegio tiene la culpa!”
“A mi hijo sus amigos del colegio le dieron marihuana en el parque… ¡el colegio tiene la culpa!”
"Mi hijo se peleó a golpes en la calle con su amigo del colegio... ¡el colegio tiene la culpa!"
Como estas frases que reflejan situaciones reales, hay una abundancia de situaciones que ocurren fuera del centro escolar en fiestas, en reuniones, en la calle, en redes y por cualquier otro medio, que tienen como principales protagonistas a los propios adolescentes pero que, cuando ocurren eventos como los señalados, tienen casi siempre un mismo resultado: que el colegio es el culpable por lo que debe conocer, afrontar y solucionar el hecho casi de inmediato. Pero, ¿qué es realmente lo que está pasando?
Es importante poder identificar a los actores o participantes de los hechos como una forma de poder señalar los roles que corresponden a cada cual.
En primer lugar, los primeros llamados a velar por el desarrollo sano y saludable de sus hijos son, sin lugar a dudas los padres a quienes, no sólo por una ley natural de ser los progenitores sino por mandato de la propia ley, les corresponde el rol de ser los primeros educadores de aquellos. De acuerdo al abogado Jorge Ponce Carranza, el Código Civil señala en su Artículo 235 Deberes de los padres, cuáles son sus obligaciones propias e intransferibles mediante el siguiente texto: “Los padres están obligados a proveer al sostenimiento, protección, educación y formación de sus hijos menores según su situación y posibilidades..”
Pero, la casuística nos muestra que la actual tendencia de la mayoría de los padres de hoy consiste en no asumir sus responsabilidades, trasladando al colegio el rol de ser el primer educador, formador y cuidador de sus hijos, que sin duda es una idea errónea.
La ausencia de límites por parte de los padres hacia los hijos, se convierte en ausencia de cuidados y exceso de libertad desde muy tempranas edades, exponiendo a sus hijos a todo tipo de situaciones. La propuesta de los padres de “ser amigos de sus hijos” para lograr situaciones de empatía con ellos, logra un resultado contrario al esperado. A los padres nos competen muchos roles, pero NO SOMOS AMIGOS de nuestros hijos; sí podemos ser cercanos y acompañarlos dentro de un proceso formativo. Una cosa es tener una actitud amical, comprensiva, y otra cosa es el llevar la relación padres e hijos a una relación totalmente horizontal, donde se pierde la autoridad de los padres y por ende los hijos hacen lo que quieren.
Llama mucho mi atención la falta de presencia de los padres en reuniones y fiestas, chicos sin supervisión, en el caso de los adolescentes, chicos que toman alcohol, consumen sustancias psicoactivas, tienen sexo -en una búsqueda equivocada de comportarse como adultos -según ellos- sin tener las condiciones y capacidades para asumir sus consecuencias, muchas veces, lamentables. Estos hechos ocurren algunas veces en las casas de los propios adolescentes. Cabe entonces preguntarse ¿dónde están los padres y los dueños de casa? Según lo acotado por Ponce, queda claro el rol formador, educador y de protección, en el que son los padres los llamados a velar por sus hijos y, sin duda, responsables directos de lo que ocurre en sus propias casas, debiendo asumir cuando el hijo(a) asume un rol infractor como lo señala el Código del Niño y Adolescente.
Entonces, desde la perspectiva de no asumir fracasos en el proceso formativo, apuntar al colegio como chivo expiatorio se convierte en la solución más a la mano. Es más fácil echar la culpa a terceros, que mirarse a uno mismo y reconocer que no protegiste a tu hijo(a), no le diste pautas, no le pusiste límites, y ahora está sufriendo las consecuencias de la falta de presencia y orientación que es obligación de los padres de acuerdo a la edad de sus hijos.
El siguiente componente lo podemos enfocar en las instituciones rectoras o tutelares y el marco normativo que nos regula a todos.
En efecto, en segundo lugar, observamos un sistema legal nacional en el ámbito educativo que ató de manos a la escuela y que le impide tomar acciones, permitiendo que agresores y agredidos tengan que convivir en el mismo ambiente. Es correcta la lectura que señala a través del Código del Niño y del Adolescente, que no se puede dejar al niño(a) y adolescente sin educación, pero no puede ser sacado de contexto, por lo que nuevamente Ponce nos aporta la cita pertinente de dicho Código:
Artículo 3-A.- Derecho al buen trato: señala que los niños, niñas y adolescentes, sin exclusión alguna, tienen derecho al buen trato, que implica recibir cuidados, afecto, protección, socialización y educación no violentas, en un ambiente armonioso, solidario y afectivo, en el que se le brinde protección integral, ya sea por parte de sus padres, tutores, responsables o representantes legales, así como de sus educadores, autoridades administrativas, públicas o privadas, o cualquier otra persona.
El derecho al buen trato es recíproco entre los niños, niñas y adolescentes.
Creo que todos estamos de acuerdo con este derecho. Pero ¿Y que pasa con las víctimas cuando han sufrido agresiones?, ¿su derecho a asistir a una escuela donde se sientan en paz y no permanentemente amenazadas? Con estas leyes de aplicación en beneficio del agresor, el personal de los colegios (profesores, psicólogos y directivos), además de su rol formativo, pasan a asumir una especie de rol de celadores, vigilantes y cuidadores, que todo el tiempo tratan que no ocurran más agresiones, dentro de un clima permanente de tensión entre los propios estudiantes y no solo de los agraviados, sino del resto de los estudiantes y familias que ven que “no pasa nada”, ´”que el colegio no hace nada”, que genera una sensación de impunidad que beneficia a aquellos adolescentes infractores.
Estoy de acuerdo en que son adolescentes y que están en formación. Sin duda a la escuela le corresponde -por cercanía-, un apoyo socioemocional a los alumnos, pero no todo el peso de la responsabilidad. En tal sentido, las situaciones límites -que las hay- condicionan el rol del Ministerio de Educación para proteger el derecho de los demás de asistir en paz a sus clases para estudiar y socializar, por lo que el MINEDU debería contemplar, apoyar y acompañar en la toma de decisiones en aquellos casos límite que marquen la necesidad de imponer un distanciamiento y no trasladar a los colegios toda la responsabilidad de qué hacer con estas situaciones que ocurren fuera de las escuelas.
Y en tercer y último lugar, los propios adolescentes. Muchas veces escuchamos frases como: “esto no lo aprendió en casa”, “seguro alguien se lo enseñó” y similares y, sin duda, muchas veces responde a la verdad. Y es que hoy podemos vislumbrar tres fuentes de educación, la primera de casa, la segunda de la escuela y la tercera la que el propio adolescente aprendió por si mismo fuera de estos ámbitos. El elemento central que define estas nuevas conductas está en la poca supervisión de los menores en el uso indiscriminado de las redes y la internet, donde existe contenido pernicioso para menores. Así, la entrega de teléfonos celulares, tablets y laptops con plena libertad por parte de los padres, desconociendo todo aquello a lo que se puedan ver enfrentados y expuestos sus hijos, provoca una serie de transtornos de naturaleza emocional muy severos sin mencionar el alto contenido tóxico que se brinda a través de las redes, muchas veces en forma intencional por ser grandes consumidores de las mismas. Un hijo que no es acompañado y educado en el tema del manejo de redes está tan expuesto como si lo dejáramos caminando solo en una calle peligrosa de madrugada.
A modo de conclusión. El colegio tiene claro el rol de prevenir, coeducar, formar, acompañar, informar e instruir, pero no puede controlar aquellas cosas o sucesos que pasan fuera de la escuela, en distintos ambientes y en las redes, y que constituyen responsabilidad expresa de los adultos (padres y/o apoderados) y del propio Estado. De tales hechos muchas veces es la escuela la última en enterarse, y que paradójicamente es señalada como la culpable y como la que tiene que intervenir y solucionar las situaciones de inmediato.
Ahora vienen las vacaciones y el colegio no va a estar presente. El rol de madre o padre es permanente y el tiempo que se pierde no se recupera, por ello, la principal recomendación es estar muy alertas como padres, formar y poner límites claros, porque de lo que vaya a pasar en casa, en la playa, en casa de los amigos, en la calle o en las redes, no se podrá echar la culpa al colegio.
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