1. No busque dialogar. El diálogo supone la eventualidad de renunciar a tener la razón.
2. No diga la verdad. La sinceridad es innecesaria en el espacio político.
3. No acepte ningún error. La humildad no es una virtud en el espacio público.
4. No exprese sus temores, ni su limitación. De eso se encargan los infalibles que están del otro lado de la mesa.
5. Use de cualquier medio para llenarse el buche. Después de todo vivimos para comer (glotonería).
6. Use de cualquier medio para conseguir influir. Después de todo salvo el poder todo es ilusión (orgullo).
7. Use de cualquier medio para adquirir gloria humana. Después de todo nada le hará más feliz (vanagloria).
8. No transmita oportunamente información (prudencia); no sea que sus adversarios tomen mejores decisiones que las suyas.
9. No procure enfrentar a la corrupción o a las mafias (justicia); déjelas hacer su trabajo, todavía no han terminado.
10. No ponga en evidencia las patrañas y connivencias de los que se banquetean con el país (fortaleza). El país es de todos, pero, sobre todo, de ellos.
11. No mantenga sus propósitos (templanza). La disciplina y la constancia se convierten en un estorbo para los políticos que saltan de un lado al otro sin saber qué tienen que hacer.
12. Y, sobre todo, tómese las cosas con calma. El tiempo es nuestro aliado y lo que no se pudo robar y usufructuar hoy, se podrá hacer mañana.
Algunos años atrás, una persona de gran profundidad personal y espiritual me comentó que en su país de origen (Bélgica) se había hecho un estudio cualitativo y cuantitativo para evidenciar en qué circunstancias la terapia psicológica tenía mejores resultados. Uno de esos resultados que me compartió podría parecer, en el presente, algo obvio. Los pacientes que evolucionaron más eficazmente fueron los que, entre la alternativa de tener la razón o renunciar a ella y amar más, habían optado por la segunda.
Se trata de un gran descubrimiento y que desde una sencillez y profundidad de la que carecemos por dedicarnos a buscar a quien oponernos, nos ofrece nada menos que ser más felices. Se trataría del círculo virtuoso por excelencia porque no solo la terapia sería más eficaz, sino que al amar seríamos más felices y haríamos más felices a los otros. En el país, en términos generales, todavía no tenemos una generación de políticos que amen, sino que se han “profesionalizado” para hacer funcionar la máquina del poder. Este tipo de funcionamiento tiene que ser deconstruido pieza por pieza para hacer nacer a una nueva generación de los que sienten desde las necesidades y carencias de los demás.
Todas las grandes religiones, al enseñar el camino de la liberación, insisten no solo en la centralidad del amor, sino en que este supone salir de sí mismo. Sí, es una evidencia. No se trataría, por cierto, de una salida autodestructiva por la que nos infligiríamos privaciones y daños al estilo de lo que formó parte de una cultura de la ascesis mal entendida. Se trataría simplemente de pensar en el otro y en especial en aquel que está en la posición radicalmente opuesta a la mía; se trataría de sentir como podría sentir el otro haciendo uso de una imaginación que nos permita el gesto noble de la compasión y de la piedad.
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