Aceptar la realidad no es sencillo, implica deshacerse de esas creencias que se asumen con tanto ahínco y que nos brindan una seguridad a toda prueba. Sin embargo, aun cuando la realidad pueda ser extremadamente dura, siempre es mejor a la ilusión enajenante. Pues la ideología, convertida en alienación, oculta la verdadera dimensión de los problemas y, por lo tanto, las posibles y reales soluciones.
Es evidente que todos podemos caer en la tentación alienante. Personas, familias, instituciones privadas o públicas, gobiernos, etc., somos posibles candidatos a asumir ciertas creencias sin mayor escrutinio crítico y a aceptar como verdades muchas de las cosas que nos hemos repetido sin examen. Esta situación ha sido una constante de la historia de todas las comunidades humanas, desde siempre. Y, en gran medida, ha sido la causa de gran parte de los pesares que nos hemos auto infringido como especie.
Bajo condiciones sociales y culturales únicas e irrepetibles, hace más de dos mil quinientos años, surgió el pensar crítico en Jonia, Grecia. Con el surgimiento de la filosofía natural (lo que hoy llamamos ciencia), se inició el paso del “mito al logos”, es decir, de la explicación sobrenatural de los fenómenos, a la explicación basada en la observación crítica de los hechos. Este procedimiento para la formación del saber, originario de Jonia, migró hacia Atenas; donde el ecosistema político participativo, incentivó la explosión del saber crítico en múltiples direcciones. Así, se consolidó la filosofía y se amplió el estudio problematizador hacia el conocimiento humano, a las formas de organización moral y política, y a la producción humana.
Lo que ocurrió en Grecia entre los siglos VI AC y IV AC, fue como el estallido de una supernova, cuya potente luz atravesó los tiempos y los continentes. Desde ese momento, la filosofía y la ciencia teórica, cada una en su ámbito de desarrollo, han estado en constante oposición con las supersticiones y las creencias aceptadas sin mayor tamiz crítico. También, luchando contra sí mismas. Porque el riesgo de asumir sus postulados como dogmas inconmovibles, ha sido grande ¡Cuántas veces las teorías filosóficas o científicas se han tornado en discursos dogmáticos y enajenantes! El pensar crítico, filosófico y científico, ha sido, desde su aparición, nuestro mejor “cable a tierra” Por lo menos, el más efectivo. Como actitud examinadora y cuestionante, nos permiten ubicar los errores de nuestras instituciones, las inconsistencias de nuestras ideologías, las limitaciones de nuestras teorías y la fatalidad de todas las formas de alienación.
Así, el “cable a tierra” critico, nos permite observar que las políticas públicas de cualquier tipo no se financiarán solas, que construir una sociedad de bienestar no se logra porque se enuncia y que hay propuestas electorales descabelladas, dada la situación. También, este “cable a tierra” crítico, nos permite determinar cuáles son nuestros problemas más acuciosos y las soluciones más adecuadas y efectivas. El camino al infierno está empedrado de mentiras y de ingenuas intenciones.
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