Hans Blumenberg (1922-1996) que tantas cosas sabía (y muy bien), nos instó a repensar el mundo desde la metáfora, cuando las abstracciones conceptuales eran superadas por la complejidad de la experiencia humana. De ahí que la metáfora servía de auxilio teórico para poder organizar, de algún modo, los procesos sociales desde el pensamiento.
No es extraño que los entendidos en estudios sociales y humanos, hayan utilizado diversas metáforas para evidenciar situaciones de una alta complejidad. “La religión es opio de pueblo” (Marx) y “Dios ha muerto” (Nietzsche), son dos frases que poseen una enorme poder de síntesis por su gran carga metafórica. Y ambas se refieren a procesos culturales extremadamente complejos. Por ello, cuando la complejidad supera a la conceptualización racional, se recurre a la alegoría y al símbolo.
La interesante locución “desborde popular” (1984), esbozada por el antropólogo José Matos Mar a comienzos de la década de 1980, para evidenciar una situación de crisis con transformaciones socioculturales, fue muy eficaz para graficar el colapso de las estructuras del estado criollo ante el aluvión demográfico y cultural de aquel “Perú real”. Ese “desborde” se hizo más evidente en el mundo urbano limeño, cuando emergió una nueva ciudad a partir de los “escombros” de la anterior. Ciudad desbordada que pulverizó cualquier forma de organización sociopolítica anterior, pues ningún sistema conocido en nuestro medio podía haberse anticipado a la magnitud de las transformaciones culturales de las décadas 1980 y 1990.
Paralelamente al “desborde popular”, se desarrolló una economía que siguió el “otro sendero” (1986); un camino de emprendimiento popular -diferente- a lo que el estado legalista y burocratizado exigía. Fue el economista Hernando de Soto el que acuñó la frase que caracterizó la irrupción y generalización de la economía sumergida (informal) en nuestro país. Como bien señaló el sociólogo Francisco Durand (2008), ambas ideas, aun cuando habían sido planteada por dos autores que se encuentran en las antípodas, ponían de manifiesto una situación de cambio en tiempo de crisis integral, donde el recurso metafórico grafica con mayor contundencia la magnitud de las mutaciones.
Ciertamente, el gran escenario (aunque no el único) de tal “desborde popular” y de aquel “otro sendero”, fue la ciudad de Lima; que se convirtió en poco más de medio siglo en una ciudad enorme, extremadamente poblada, polimórfica, insegura, caótica y claustrofóbica. Pasamos de “Lima, la horrible” (Salazar Bondy, 1957), a esta Lima innombrable. Porque la experiencia integral de nuestra capital supera a la misma metáfora y nos lleva, probablemente, al silencio, a la ausencia de símbolos para organizar mentalmente, siquiera racionalmente, a la mayor metrópolis del Perú.
¿Qué nos queda? Reelaborar la metáfora y, a partir de ella, formular la crítica a la experiencia del “desborde” cultural y al “sendero” alterno económico. Pues tras varias décadas de transición de aquel “Perú oficial” al supuesto “Perú real”, no ha emergido nuestra propia modernidad, la que nos permita forjar un orden institucional que se traduzca, entre otras cosas, en una ciudad integradora, democrática y sistémica. Por el contrario, seguimos en el “laberinto de un desborde que no cesa”, pues el “otro sendero” se trasformó en el “único sendero”. En efecto, el economicismo radical de la economía sumergida, no permite que surja la comunidad cívica, la asociación racional de ciudadanos libres y sus representantes civiles. Esta transición indefinida y laberíntica, nos puede llevar a una situación de deterioro mayor del espacio urbano, con consecuencias insospechadas para los habitantes de Lima. Así como no era sostenible el mito de Lima como “arcadia colonial”. En un mediano plazo, la mitología del desborde, nos puede llevar a una enorme ciénaga.
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