¿Cuál es el límite de la acción estatal y gubernamental sobre la sociedad? ¿Hasta dónde tiene el estado y sus organismos la potestad de ingresar y regir los espacios institucionales y personales? ¿Es suficiente la ley para limitar al estado? ¿De qué dimensiones es la frontera de la autorregulación para que los individuos no se trasgredan entre sí? Estas y otras preguntas nos hemos hecho en la filosofía política y en la teoría política durante varios siglos, sin llegar a respuestas terminales. Las razones son evidentes. Vamos a responderlas según el lugar en el cual nos encontremos, según lo que ganemos o perdamos y, finalmente, a partir de las ideas de defendamos y creamos importantes.
Por ejemplo, algunas personas son más propensas a considerar que el estado y sus organismos deben tener mayor injerencia sobre la sociedad, a fin de garantizar el bien común. Sin embargo, los críticos a esta postura consideran que esta mayor potestad no es del estado, sino del funcionario público, es decir, de la burocracia institucionalizada o temporal. Que corre el riesgo de constituirse en una casta con tendencia autoritaria que, por medio de ilimitadas regulaciones, ahoga las iniciativas particulares y personales; en suma, que limita la libertad civil y personal.
Por otro lado, los que defienden la postura “intervencionista”, consideran que la autorregulación no es posible. Al haber muchos intereses en juego, algunos individuos o grupos particulares, tienden a privilegiar sus beneficios sobre el bienestar común. De ahí que sea necesario que el estado y su burocracia limite las tendencias individuales y dirija a la sociedad, a sus instituciones y a las personas a la consecución del bien colectivo. Sin embargo, los críticos al “intervencionismo” estatal, van a cuestionar por qué el estado, personificado en el burócrata, debe tener el derecho de definir qué es lo mejor para cada grupo o individuo.
Vemos, pues, que las posiciones a favor y en contra de la intervención estatal en los asuntos públicos se pueden prolongar hasta el infinito, sin llegar a tener una respuesta definitiva. Y así estamos cerca de trescientos años y seguirá el debate por un tiempo indefinido. Entonces, ¿cómo hemos aprendido a establecer los límites entre estado y sociedad? Al ser cada país diferente, no hay respuestas universales. Sin embargo, la experiencia acumulada de cada nación nos puede indicar cuánto de estado es necesario y cuál es el espacio de la autonomía particular y personal. Sin embargo, hay cuestiones que tenemos que tener en cuenta. En primer lugar, el estado está dirigido por personas, muchas de las cuáles pueden tener vocación de servicio, pero también, otras, pueden verse tentadas a evidenciar su poder ya sea por medio de la coacción de libertades o por regulaciones invasivas que frenen el desarrollo de las prácticas particulares. En segundo lugar, que muchas veces la autorregulación falla porque hay una tendencia humana a la autoindulgencia moral que nos puede llevar a la trasgresión del otro. De ahí que sea necesario ceder autonomía en función de un orden común.
Como hemos dicho, no hay respuestas universales. Sin embargo, creemos que nada ni nadie sustituye a la responsabilidad personal y al buen juicio de debiera acompañarla, ya sea como parte de la estructura del poder estatal o como miembro de una asociación particular. Es claro que tanto el estado como las instituciones particulares pueden ahogar a la persona individual. Entonces, ¿qué es lo importante? La persona, sin ninguna duda.
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