El gran compositor alemán Richard Strauss decía que en una obra de arte el diez por ciento lo constituía la inspiración y los noventa restantes la transpiración. Con ello, el creador de inmensos poemas sinfónicos nos advertía que en la producción acababa de una obra, había un enorme esfuerzo y disciplina. De alguna seguía el "procedimiento de Beethoven": Beethoven solía pasear por los bosques colindantes a Viena, ataviado de una oportuna merienda y con un cuaderno de notas. Él anotaba las ideas musicales que le venían a la mente. Luego, en la tarde, en su casa, se ponía en disposición a trabajar esas ideas y les iba dando forma acabada. Así Beethoven compuso la gran música que llegó concebir en su proceso de mayor creación, de 1799 a 1812.
Salvando las distancias, la labor intelectual tiene similitudes con el ejercicio creador. Muchas veces, esta labor tiene su origen en la lectura. La misma que, al realizarse con disciplina quirúrgica, logra extraer un conjunto de ideas fundamentales que conducen a una serie de preguntas y cuestionamientos. Luego, en condición reflexiva, el pensamiento inicia su función creadora tomando como base una argumentación consistente, para culminar en los esbozos que darán origen a la escritura. Ya en la elaboración del texto, empieza la "lucha con la palabra". Situación inquietante porque la nebulosa esbozada adquiere materia y forma, teniendo como resultado el texto acabado.
El resultado es variado. Porque la mayoría de las veces, estaremos tentados a deshacernos del texto. Pero también ocurrirá que dejaremos reposarlos para que "macere" y "madure". Luego, con la distancia que da el tiempo, se retomará el escrito para darle una nueva forma, añadirle algunas oraciones, enriquecerlo con citas; pulirlo para que se leído de forma continua. Es el ámbito artesanal del que es imposible sustraerse y que hace tan agradable la escritura.
Así, escribir es un proceso. Un procedimiento silencioso y solitario cuyo destino es incierto, porque cada texto es una suerte de “botella al océano”. Sin embargo, más allá de la recepción y del misterio que la acompaña, el autor reconocerá el gozo de tuvo al gastarlo. Alegría íntima que sólo se entiende en su magnitud cuando se tiene y vive una auténtica vocación.
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