Se ha repetido con frecuencia que el Perú es un país de poetas y de escritores. Y no es para menos. Varios creadores de primer, “del arte de la palabra”, han nacido en nuestra tierra. Vallejo, Adán, Westphalen, Arguedas, Vargas Llosa, Ribeyro, Eielson, Varela, Salazar Bondy, Delgado, Romualdo, Bryce y un larguísimo etcétera, evidencian la sólida tradición literaria de nuestro país. Sobre todo, cuando se pondera el grado de recepción positiva que han tenido sus obras en diversos espacios académicos, intelectuales y editoriales.
Pero el Perú no es sólo un país de escritores. También lo es de compositores de música académica. Y no solo se trata de nombrar a cumbres del repertorio barroco o clásico, como Orejón y Aparicio o Ximénez de Abril. O compositores románticos de diversas orientaciones como Alcedo, Valle Riestra, Daniel Alomía Robles. O del modernismo como Ureta, Theodoro Valcárcel, Carpio, De Silva, etc. Igualmente, es un país en donde han nacido compositores de música moderna y contemporánea de primer nivel, muy reconocidos, sobre todo, fuera de nuestras fronteras.
Sin ser injustos con muchos de nuestros compositores, podemos nombrar al maestro Enrique Iturriaga (1918-2019), autor de “Canción y muerte de Rolando”, “Homenaje a Stravinski para orquesta y cajón solista” o “Cuatro poemas de Javier Heraud”. También, al maestro Enrique Pinilla (1927-1989), creador de “Evoluciones N° 1 para orquesta”, obras electrónicas como “Prisma” y sus colaboraciones con las bandas sonoras de films de Armando Robles Godoy como la “Muralla verde” y “En la selva no hay estrellas”. Igualmente, el músico Francisco Pulgar Vidal (1929-2012), autor de la “Suite mística”, “Cantata Apu Inqa”, entre otras obras. Asimismo, reconocer al gran maestro Celso Garrido Lecca (1926), quien, sin duda, es nuestro compositor vivo más importante a sus casi cien años. Garrido Lecca es poseedor de uno de los trabajos más consistentes de América Latina en el último siglo, resaltado, entre otras composiciones, “Elegía a Machu-Picchu”, “Intihuatana”, “Dúo concertante”, “Trío para un nuevo tiempo”, “Retablos sinfónicos”, “El movimiento y el sueño. Basado en el poema de Alejandro Romualdo”, etc.
Dentro de este breve relato sobre nuestros compositores, destacan nombres como Edgar Valcárcel (1932-2010), uno de los introductores de la música electrónica y electroacústica en el Perú, con obras como “Canto coral a Túpac Amaru No.2, para coro, percusión y cinta”, “Invención para sonidos electrónicos”, “Flor de Sancayo II: Retablo para piano y cinta” y la soberbia “Zampoña sónica”, etc. Asimismo, como otros de los introductores de la música electrónica en nuestro medio, descuella César Bolaños (1931-2012). La obra de Bolaños goza de un justo reconocimiento internacional gracias a obras como “Intensidad y altura”, “Interpolaciones, para guitarra eléctrica y cinta magnetofónica”, “Cantata Alfa – Omega”, “Canción sin palabras, ESEPCO II. Homenaje a las palabras no pronunciadas”, entre otras composiciones de gran interés. En este grupo de notables innovadores, es justo reconocer la obra del maestro Pedro Seiji Asato (1940), con composiciones como “Pulsares”, “Quasar IV”, entre otras, pero que ido derivándose hacia la postvanguardias de cierto neoclasicismo.
Hay otros importantes compositores como Alejandro Núñez Allauca (1943), Douglas Tarnawiecki (1958), Aurelio Tello (1951), Clara Petrozzi (1965), los artistas del “Círculo de Composición del Perú” e innumerables maestros y maestras, que siguen produciendo obras de gran calidad. Y que no mencionamos por razones de espacio. No por olvido.
¿Qué hacer para visibilizar la enorme solvencia y vitalidad de nuestra música académica? ¿Cómo motivar al Ministerio de Cultura para que difunda a nuestros compositores en el ámbito nacional e internacional? ¿Qué fibras hay que tocar en el aparato estatal, en la sociedad, en las universidades para que se reconozca su importancia e innegable calidad? Solo queremos recordar algo. Hace muchos años, leyendo una noticia sobre el maestro Celso Garrido Lecca en la prensa internacional, se referían a él como “compositor chileno”. No solo porque don Celso vivió muchos años en el vecino país del sur, sino porque en Chile su obra ha sido ampliamente valorada y difundida. Los peruanos debemos aprender a valorar a nuestros músicos y sentirnos muy orgullosos de ellos.
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