¿Qué objetivos sociales queremos lograr y compartir?, ¿qué clase de personas queremos ser?, ¿qué nos permite argumentar a favor de nuestra forma de vivir? y ¿qué es bueno para la sociedad en la que deseamos vivir? Estas seguramente han sido algunas cuestiones que le fascinaban a Richard Rorty (1931-2007), uno de los mayores exponentes del neopragmatismo moderno. Y es posible que Thomas Sowell, prestigioso economista y teórico social estadounidense, dijera que la preocupación fundamental de la economía es el nivel material de vida de la sociedad en su conjunto (PBI per cápita, por ejemplo) y en qué medida ese nivel se ve afectado por decisiones de individuos e instituciones, y que debemos poner prioritaria atención en los incentivos implícitos en las políticas públicas antes que en los objetivos que se persiguen, pues los resultados son más importantes que las intenciones (wishful thinking).
Luego podría intervenir Paul Krugman, Nobel de Economía, y nos diría algo así como “salvo la productividad laboral, lo demás es ilusión”. A esto, Douglass North (1920-2015), Nobel de Economía 1993, podría manifestar que lo realmente importante son las instituciones (reglas de juego) en la performance económica, seguramente avalado por Daron Acemoglu y James A. Robinson. Y posteriormente tomaría la palabra Robert Nozick (1938-2002), quien afirmaría la necesidad de lograr un “Estado mínimo”, seguramente respaldado por Ayn Rand (1905-1982) con la propuesta objetivista. En este marco irrumpiría Thomas Hobbes (1588-1679), buscando reivindicar las banderas del “Estado Leviatán”.
En este escenario, deberíamos hacer uso de la denominada Teoría del Diseño de Mecanismos (mechanism design theory), que en el año 2007 significó el Premio Nobel de Economía para tres profesores estadounidenses: Leonid Hurwicz, Eric S. Maskin y Roger B. Myerson. Operativamente, primero se definen los objetivos a largo plazo en la sociedad y luego se “mapea hacia atrás” (“economía en reversa”) para identificar las condiciones previas necesarias (instituciones) y diseñar los mecanismos que –cuando los individuos solos o en grupo interactúen a través de ellos– tengan los incentivos para tomar decisiones (asignación de recursos) que conlleven al resultado socialmente deseado.
Por ejemplo, y pensando en las elecciones generales del 2021 en el Perú, preguntaría cuál de los partidos políticos que se presentan a la mencionada contienda nos puede plantear una imagen objetivo orientada hacia duplicar el PBI per cápita peruano en los próximos quince años (manteniendo el equilibrio interno y externo macroeconómico) y qué reformas (políticas públicas) se deberían implementar para que este indicador “duro” se genere en el marco de una indispensable sostenibilidad y gobernanza política, social y ambiental.
No nos asombraría entonces que entren en la discusión John B. Rawls (1921-2002), Isaiah Berlin (1909-1997) y Robert Alan Dahl (1915-2014) para comentarnos que finalmente las instituciones que regulan de cierto modo a las sociedades tienen un fuerte basamento en los diferentes paradigmas sobre lo que entendemos por justicia, libertad e igualdad, respectivamente. Y nos presentarían una especie de juego de equilibrios entre estos valores morales (tabla 1).
Deseo cerrar este breve artículo con un pensamiento neopragmatista: el valor de las ideas reside en sus consecuencias prácticas, concretas, objetivas y de resultados.
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