Si le preguntamos a cualquier niña o niño ¿Qué quieres hacer cuando termines la secundaria? la mayoría responderá por alguna profesión que lo ilusiona. Así lo hicimos en una investigación en comunidades de Apurímac, Ayacucho y Huancavelica y constatamos a través de sus dibujos que sólo 3 de 98 se proyectan cultivando la chacra como sus madres y padres, los demás se dibujan como enfermeros, ingenieros, maestros, doctores, policías, entre otros.
Lo cierto es que son pocos los que llegarán a la educación superior técnico-productiva o universitaria, las estadísticas indican que dos de cada diez jóvenes del quintil más bajo llegarán a la educación superior mientras que en el quintil más alto lo lograrán 5 de cada 10. Por lo tanto, de estos 98 maravillosos niños y niñas solo 20 podrá hacer realidad sus sueños si es que logran culminar su secundaria, lo cual ya es bastante difícil en nuestro país. De partida afirmamos que es injusto, que todas y todos debieran tener las mismas oportunidades para acceder a la educación superior y el hecho que vivan en una comunidad, que sus ingresos familiares sean escasos y que su lengua materna sea el quechua no debiera ser motivo para su exclusión, pero lo es en la realidad.
Actualmente y en plena pandemia, estudiar y culminar una carrera en la educación superior cuesta mucho aunque sea en instituciones públicas e incluso si logran una beca del Estado, porque deberán repartir sus fuerzas entre el estudio, el apoyo en la chacra familiar y otras actividades que en la vida comunal resultan indispensables, sin contar con las dificultades de conectividad a internet que obliga a muchos a dejar el hogar y alquilarse una habitación en las cabeceras del distrito o la provincia para continuar sus estudios. Lo veo con mis estudiantes cachimbos que además enfrentan los enormes desafíos de integrarse a una vida académica en la virtualidad, con una secundaria que no los preparó lo suficiente para comprender un texto académico, que no los ayudó a desarrollar hábitos de lectura ni habilidades para el autoaprendizaje y la autonomía académica. Así, desde distintos lugares del Perú cada uno se adapta con esmero a la vida universitaria virtual y merecen nuestro apoyo y profunda admiración.
El otro aspecto a tener en cuenta es que ningún país del mundo profesionaliza a la totalidad de sus escolares, pero en el Perú, las familias, el sistema educativo y la sociedad jerárquica y discriminadora siembra ese deseo en las niñas y niños, porque tenemos instalada la idea que un profesional es superior a un técnico y un técnico es superior a un agricultor, un pastor, un pescador o un cazador de los bosques amazónicos, como si nuestro sustento no dependiera de estas actividades. Si bien los títulos pueden ofrecernos empleos u oportunidades de ingresos no serán los que nos aseguren una subsistencia saludable y armoniosa, y esa es una de las grandes lecciones que podemos aprender en esta pandemia, contrariamente, en esas comunidades lejanas la vida está mejor protegida.
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