Me ha tocado estas semanas estar aprendiendo en la vecina Ecuador. Me encuentro con gente sabia y generosa cuyas culturas ancestrales vibran y expresan el deseo del buen vivir. Aunque muchos son críticos al Correísmo, no quieren retroceder en lo conquistado en su constitución del 2008 que reconoce el sumak kawsay y los derechos de la naturaleza, aunque no se hayan plasmado en la realidad. El camino hacia otra forma de vivir la vida, en comunidad y en armonía sigue siendo un fuerte anhelo, en particular en los jóvenes y en los movimientos indígenas.
Un reciente encuentro de estudiantes de 17 universidades ecuatorianas de todo el país emite el mensaje de reconstruir el movimiento estudiantil y hacer frente a los cambios que se avecinan con el actual gobierno, al que consideran una amenaza a los derechos conquistados. El encuentro planteó una agenda en torno a tres ejes: democracia, feminismo y trabajo. Aspiran a ser un verdadero cogobierno universitario que democratice las decisiones en la universidad; quieren hacerle alto a la violencia y el acoso que viven las mujeres y jóvenes LGTBI al interior de las universidades; que las instituciones y empresas donde realizan sus prácticas dejen de explotarlos; que la universidad se vincule efectivamente a la sociedad en perspectiva de contribuir a la transformación, pero también de asegurarles empleo digno.
Una vez más emerge en las juventudes ecuatorianas la clara conciencia que no reconstruirán el movimiento estudiantil solos, que deben unirse en torno a una agenda clara, que sus luchas no son aisladas y que asumen una responsabilidad para con las generaciones que vienen y para con su país. No importa si son de universidades públicas o privadas, de la capital o de las provincias, son conscientes que la universidad tiene que transformarse y que merecen la mejor preparación para hacer posible sus sueños.
Esas voces juveniles, como en cualquier otra latitud son denunciantes, exigen, proponen y reclaman con justicia el lugar que les corresponde por ser millones y fuerza vital para hacer posible los cambios. Rechazan la corrupción, el abuso, la violencia, la explotación y la desigualdad; quieren otro mundo posible. ¿Qué nos corresponde hacer a la sociedad adulta? Lejos de asumir que la lucha les toca solo a los jóvenes por ser un designio generacional, considero que nos corresponde en primer lugar respetar a las y los jóvenes, niños y niñas, escucharlos y, por qué no, dejarnos tocar por esa pasión en las pequeñas y grandes luchas que emprenden, porque son los más auténticos actos del ser político.
La plaga de la despolitización se ha extendido, toma nuestro cerebro e inhibe nuestra capacidad de acción, nos lleva al ensimismamiento, a concentrarnos en asegurar el sustento propio y aislarnos de los demás. Es el impacto de un modelo letal, que nos convierte en pobres individuos sin sentido de colectividad. Los jóvenes se resisten, tienen el antídoto y enfrentarán la plaga con valentía.
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