Cuando los educadores nos preparamos en la profesión, concentramos los esfuerzos en fortalecer nuestras bases humanistas, aprender teorías y pedagogías, y comprender cómo se desarrollan los aprendizajes en las personas. Pero una vez de cara a nuestros estudiantes, debemos empezar por reconocer quiénes son y para qué se educan. Es entonces cuando toda esa formación de cinco años parece insuficiente.
La educación formal está llegando a todos los rincones de nuestro país y eso es un avance importante, pero el desafío está en que llegué de manera apropiada y pertinente para la diversidad de personas que habitan nuestro país. Reconocer quiénes son nuestros estudiantes no es una tarea sencilla, podemos comenzar preguntando por su origen, por su vida cotidiana en tanto varones y mujeres, por sus familias, por lo que les gusta hacer y por lo que no les gusta hacer. Cuando se trata de la educación intercultural bilingüe, aquella que se impulsa seriamente en el Perú desde el 2011, se plantea como un diagnóstico no solo de las niñas y los niños indígenas, sino de sus familias y de la comunidad que habitan, de las lenguas que hablan y de sus actividades durante el año.
La segunda pregunta ¿Para qué se educan? tiene que ver con las expectativas que los estudiantes y sus familias colocan en la educación y es allí donde toca conversar ¿Qué de sus mundos y de sus vidas cotidianas pueden transformarse para un buen vivir? Pero hay algo más que los educadores necesitamos aprender, y tiene que ver con reconocer esa otra educación no formal que se da en la familia y en la comunidad.
En las comunidades andinas y amazónicas, los niños y las niñas aprenden haciendo, no hay límites. Desde muy pequeños se aproximarán al mundo mirando y experimentando cerca de sus familias y de otros seres no humanos, se desplazarán apenas puedan, tocarán y probarán todo a su alcance; acompañarán a su madre a sus labores en la chacra o en el bosque, y tan pronto puedan, harán sus contribuciones: segregando alimentos, echando semillas, cortando plantas, ayudando en la cocina, alimentando a los animales, pescando, cazando, entre otras actividades. No es de extrañar que una niña de tres años recoja leña o acarree el recipiente de agua que es capaz de cargar. La complejidad de las tareas que asumirá dependerá de las capacidades y destrezas alcanzadas.
Ruraspa yachanchik (aprendemos haciendo) es el nombre quechua de la revista de las y los estudiantes de la carrera de Educación Intercultural Bilingüe (EIB) de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, en donde publican sus experiencias de prácticas en escuelas EIB en comunidades andinas. Pronto egresará la primera promoción y serán desafiados por esa forma de aprender en el hacer, y tendrán que volver a sus propias experiencias de niños, niñas y jóvenes quechuas, para tejer finamente el proceso por el cual sus estudiantes aprenderán desde la riqueza de su cultura y lengua, desde los cientos de aprendizajes alcanzados en comunidad y desde sus incontables saberes.
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