Por Navidad, y con todos los cuidados necesarios por el avance de la variante ómicron, jugamos Monopolio con la familia de mi esposa justo antes del almuerzo de 25 de diciembre. Una vez iniciado el juego, aunque teníamos la misma meta (ganar el juego), no todos pusimos en marcha el mismo plan ni las mismas estrategias. Empiezo por mi esposa. Ella concentró su juego en procurar caer no solo en aquellas propiedades sin dueño, sino también en aquellas propiedades que, en cuestión de horas, le servirían para negociar con los demás jugadores de la mesa. Así, si alguien necesitaba la última propiedad para completar el solar rojo, de seguro mi esposa iría por ella. Es decir, su táctica se dividió en dos: conseguir propiedades y ganar poder de negociación. Mi sistema fue ligeramente distinto. Después de rebotar de esquina en esquina del tablero sin lograr caer en una propiedad por aproximadamente dos rondas, decidí que pondría mis esfuerzos en comprar el solar verde, bastante costoso y, por un tema de probabilidades, sin dueño hasta ese momento; que compraría las propiedades que me brinden poder de negociación; que no adquiriría ni ferrocarriles ni servicios; que «derrocaría» con argumentos las negociaciones que me podrían hacer quebrar ; y que iría generando el deseo de negociar conmigo sutilmente y de a pocos.

En el otro extremo del ring, la mamá y la hermana de mi esposa se atrincheraron con sus deseos más inmediatos. Por un lado, mi suegra compraba toda propiedad en la que caía sin importar el retorno de su inversión. De ser posible, habría comprado hasta las tarjetas de Arca Comunal y Casualidad (que vengo a descubrir que, ahora, se llama Fortuna). Esa «estrategia» la convirtió en dueña de casi todo el tablero. El problema fue que, de todas sus posesiones, solo dos colores le servían realmente para armar un solar (el amarillo y el azul), pero, de hacerlo, no habría tenido dinero para colocar casas por haberlo gastado en obtener, por ejemplo, ferrocarriles y servicios. Mi cuñada, por otro lado, estaba fascinada estos dos tipos de propiedades y por caer en Arca Comunal y Casualidad. Cuando tomaba los dados, los agitaba con brío mientras su mirada mantenía inhumanamente una misma dirección. ¡Oh! ¡Sorpresa! La dirección siempre era la de estas tarjetas y no, como es usual, de propiedades.
Esta partida de Monopolio nos sirve como ejemplo para comprender lo que sucede con los deseos de mejora o cambio que visualizamos en Navidad (a veces, apoyadas y apoyados en la tradición de las 12 uvas). En primer lugar, muchas veces, traemos a nuestra consciencia deseos en forma de lista que no se alinean realmente con nuestro plan de vida, con lo que nosotras y nosotros real y genuinamente quisiéramos. Más bien, como en el Monopolio, que nos invita a comprar más y más propiedades sin reparar en lo que hacemos, caemos en una dinámica que nos fuerza a amoldar nuestros «verdaderos» deseos en matrices que nos son ajenas. En segundo lugar, la búsqueda de recompensa inmediata, el popular «inmediatismo», nos hace perder de vista nuestra proyección a largo plazo. ¿Cuántos de nuestros deseos de Año Nuevo se conectan fielmente con nuestra imagen a futuro? Dicho de otro modo, si la meta es conseguir un solar completo, desear caer en Arca Comunal y Casualidad por el placer urgente no es la mejor estrategia.
Esta pugna entre hacer el esfuerzo por retrasar la recompensa y abandonarse al deseo más próximo es el corolario de todos nuestros años. De hecho, empieza en el preciso momento en el que vamos enunciándolos en nuestra mente a la medianoche del 31 de diciembre. Desde ese instante, ya estamos luchando por desechar los deseos que menos se relacionan con nosotras y nosotros, y con nuestra meta de vida, y por darle cabida a los que sí van a ser necesarios en nuestro camino. Este enfrentamiento entre la regulación y el placer va a extenderse a los 365 días del año venidero, porque siempre vamos a vernos tentadas y tentados a hacer de lado nuestro propósito por el cumplimiento de la satisfacción pronta. Así que, tal como les deseo un feliz Año Nuevo, también les deseo la fuerza suficiente como para enfocarse sin miramientos en lo que de verdad anhelan.
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