La semana pasada tuve la oportunidad de ser ponente en una conferencia organizada por la Universidad Jaime Bausate y Meza sobre los retos del periodismo en la era de las fake news, aquella culebrilla desinformativa que se expande como un virus en este periodo de la posverdad. Abrí con una frase extraída de la novela distópica «1984» de George Orwell para centrar la atención de las y los participantes en la negación de la evidencia que llevan a cabo las personas con el único fin de preservar algunos beneficios sociales, económicos e, incluso, psicológicos: «El Partido le dijo que rechazara la evidencia de sus ojos y oídos. Fue su comando final y más esencial». En esta novela, a modo de metáfora de nuestro zeitgeist, el gobierno autoritario ha creado mecanismos para trastocar la realidad. Uno de ellos es el Ministerio de la Verdad, en el que se borran de la historia todos los hechos que no calzan con la narrativa deseada y se crea un nuevo devenir para apaciguar a las masas. La única diferencia con nuestra realidad es que no es el gobierno de turno, sino los usuarios digitales quienes, como una brigada falaz, manipulan no solo los acontecimientos: también son creadores virtuales de la voz de un pueblo.
Pero, ¿por qué se hacen virales estas noticias falsas? ¿Por qué la gente se ve arremetida, como si de un evento meteorológico de gran magnitud se tratase, por el asalto de la falsedad? En una columna anterior, expliqué cómo el pensamiento intuitivo y automático, es decir, los errores pensamiento o sesgos cognitivos, son los responsables de la proliferación de las fake news. Esto ya lo hemos visto: es más fácil reaccionar de forma inmediata y creer en lo que se alinea con nuestra posición política que darnos el tiempo de analizar la veracidad de la información a través de una búsqueda pormenorizada de evidencias. Sin embargo, esta no es la única causa. Como en todos los fenómenos sociales, existe una pluricausalidad, esto es, la intervención de muchos factores cuya sumatoria es la que determina el hecho a investigar.
En este caso en particular, además de los sesgos cognitivos, existe una disputa entre las diversas metas que las personas guardan en su mente. Por un lado, todos tenemos una meta de veracidad, es decir, buscamos la verdad a toda costa —es justamente por ello que, a través de la evolución de nuestra especie, se han desarrollado acciones punitivas cuando una persona se aleja de este camino—. Sin embargo, esta meta entra en conflicto con otras metas que, en algunos casos, resultan opuestas a la verdad. Por ejemplo, las personas suelen querer pertenecer a un grupo social (meta de pertenencia), el cual, además, les otorga estatus (meta de estatus), un criterio ético (meta moral) y, en ciertas ocasiones, si es que el grupo mantiene tácita o explícitamente estructuras para explicar la realidad, una forma de aprehender y explicar el mundo (meta epistemológica). Si llevamos esto al plano que nos convoca, vamos a entender que, para muchas y muchos, consciente o inconscientemente, es más importante pertenecer a un partido o ideología política, sentir que tienen cierto poder en la sociedad (ya sea social, económico o intelectual), llenar su búsqueda de principios morales y seguir al pie de la letra un ideario que buscar la veritas. En tal sentido, si una noticia cumple con proteger su posición política y, con ello, sus metas de pertenencia, estatus, entre otras, no va a importar su valor de verdad.
Por esta razón, buscar erradicar las fake news, cuando sabemos que otorgan beneficios, es una tarea epopéyica, puesto que es similar a querer quitarle una presa a un animal hambriento. Si es que lo hacemos sin cuidado, es probable que salgamos heridos debido a sus mordiscos, manotazos y feroces arremetidas. Eso no quiere decir, sin embargo, que no lo intentemos. En nosotras y nosotros, es decir, en quienes somos capaces de anteponer la meta de veracidad frente a cualquier lucro consciente o inconsciente, está la responsabilidad de hacerles saber a los demás lo que es cierto y lo que no, casi como si de una labor socrática se tratase.
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