La estandarización es el enemigo de la diversidad y, con ello, de la neurodiversidad. Aplicar las mismas estrategias, los mismos métodos y los mismos discursos a todas las personas por igual parte de un paradigma que no reconoce las diferencias o, si las reconoce, intenta ignorarlas, invisibilizarlas y denostarlas. Es como si, de forma tácita, se estuviese diciendo «hemos oído sobre la existencia de las diferencias, pero queremos hacer como si no». Y es que «uniformar» es uno de los principios que rigieron el juego en el viejo siglo: se pretendió que todas y todos fuesen, como lo representa tan bien el verso de la canción Another brick in the wall de Pink Floyd, otro ladrillo en el muro, es decir, otra construcción homogénea caracterizada por la anulación de toda divergencia, de toda singularidad. Se trató de moldear el cerebro y la mente de cada persona para que encajaran, luego de podar la mal denominada «maleza», en un terrario preestablecido, diseñado con las mismas medidas para todas y todos.
La gran noticia —casi una metáfora de la divergencia— es que se están instalando «resistencias» en distintas partes del mundo y en diferentes ámbitos de la sociedad actual cuyo objetivo es desafiar el statu quo de la «normalidad» —las llamo «resistencias» porque son atolones en un mar que busca, bajo el influjo de la marea, homogeneizar toda la diversidad—. Por ejemplo, desde la neurociencia, se están sumando cada vez más y más investigaciones sobre las cualidades de las personas neurodiversas, cualidades que surgen a partir del funcionamiento cerebral desemejante; desde la medicina, ya no se busca necesariamente eliminar la condición como si fuese una infección a erradicar, sino que se pretende potenciar aquello destacable, aquello que podría significar un atributo; desde la psicología, se comprende que mucho del sufrimiento de las personas neurodiversas no proviene de su diagnóstico, más bien se genera por el choque con una sociedad que aún no está preparada, penosamente, para cohabitar la diversidad; y desde la educación, se procuran implementar los «ajustes razonables», como se les conoce a los cambios necesarios para que las personas neurodiversas gocen, como es su derecho, de igualdad de condiciones.
Esta transformación, al tratarse principalmente de una modificación de nuestras creencias más arraigadas, del discurso con el que hemos crecido sobre cómo lo diferente debe ser sojuzgado so pretexto de la «normalidad», está siguiendo un camino largo. Es, si hacemos la comparación con las revoluciones industriales que cambiaron estilos de vida, una nueva revolución, un movimiento profundo que va a requerir de la cooperación empática de todas y todos. Todavía no estamos listas y listos, a nivel mundial, para este giro copernicano; todavía se siente el peso de la sentencia de los demás. Pero la «revolución de la neurodiversidad» ya se está cocinando en los calderos de la ciencia a fuego bajo, temperatura necesaria para que los cambios, una vez instalados, no se quemen por el rechazo defensivo de quienes buscan conservar viejas usanzas. Tengamos paciencia que, pronto, la «normalidad» será ese arcaísmo en desuso que buscamos en el diccionario para corroborar, extrañadas y extrañados, que alguna vez existió.
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