Esta va a ser una columna de divulgación científica, puesto que, muchas veces, los últimos descubrimientos o avances son expuestos solo para un grupo letrado en esa materia, pero no para todas y todos. Con ello no quiero decir que esa sea una labor oprobiosa, todo lo contrario: las científicas y los científicos de diferentes campos trabajan arduamente para que los resultados de sus estudios impacten en la mejora de la sociedad. Sin embargo, al proyectar sus conclusiones de manera protocolar y no existir un número amplio de divulgadores, solo quienes hemos seguido alguna profesión alineada con la ciencia solemos leer sin problemas los tan famosos papers o artículos científicos. Por ello, es importante que los profesionales de diferentes ámbitos, cada vez más, se comprometan en la transmisión de saberes reservados, en algunos casos, al mundo académico.
Lo que les voy a explicar, en esta columna, es una teoría neurocientífica bastante interesante —cuando digo «teoría» no quiero que se entienda como algo que cae en el terreno especulativo, sino como un sistema de principios bien constituido y avalado por los resultados de las investigaciones—. Los neurocientíficos David M. Eagleman y Don A. Vaughn han publicado un artículo científico, que aún no ha sido revisado por pares, es decir, por expertos en la materia —esto se suele hacer mucho en el campo de la ciencia para que el conocimiento no se paralice—, sobre la función del ensueño, aquella especie de «película» que se proyecta mientras dormimos. El título del artículo inicia con el nombre de su teoría: la «teoría de activación defensiva». ¿A qué se refieren con esto? Vamos por partes.
El cerebro posee una capacidad extraordinaria que se conoce como «plasticidad» y, justamente, se llama así, porque hace referencia a que este órgano cambia y se moldea constantemente. Cada vez que pensamos, aprendemos algo nuevo o realizamos alguna actividad, el cerebro conecta, reconecta o desconecta neuronas. Es esta misma capacidad la que permite que aprendamos nuevos idiomas, nuevas profesiones o nuevas capacidades (por ejemplo, a tocar un instrumento musical). Y es esta misma capacidad la que, por increíble que parezca, permite que las neuronas que se han especializado en alguna función (por ejemplo, la visión) adopten otro rol, como el de la audición. Esto pasa en las personas que han perdido este sentido; de hecho, mientras más temprana sea esta pérdida, mayor plasticidad y, por ende, mayor reclutamiento de «neuronas de la visión» para la audición —nunca fueron realmente de la visión; simplemente fueron neuronas que se necesitaron, en un momento específico, para una acción específica—. Por esta modificación cerebral, las personas invidentes logran escuchar mejor que una persona promedio, en tanto tienen más neuronas encargadas de la audición.
Bien. Pero, ¿qué tiene que ver esto con el ensueño? Simple. Cuando dormimos, dejamos de ver, debido a que cerramos los ojos. Eso le da tiempo a nuestro cerebro para reclutar neuronas para la audición o para otros sentidos, como en el caso de las personas invidentes, privadas de estímulos visuales —las investigaciones señalan que esto sucede muy rápido; no se necesitan muchas horas—. Es por ello que, como mecanismo defensivo, soñamos —vale aclarar que, tanto cuando vemos una imagen como cuando pensamos en una imagen o soñamos, se activan las neuronas de la visión—, para que estén activas y el cerebro no pueda captarlas para otras funciones. Por este motivo, esta propuesta recibe el nombre de «teoría de activación defensiva».
Esta es una de las teorías más interesantes que se han planteado e investigado en el campo de los sueños durante las últimas décadas. Y, como les comenté en el inicio de mi columna, es muy importante que este tipo de información esté al alcance de todas y todos.
Fuente: https://www.biorxiv.org/content/10.1101/2020.07.24.219089v1.full.pdf+html
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