El cerebro no es una estructura con funcionamiento estándar y la mente no presenta una dinámica normativa para todas y todos. Como psicólogo clínico, he podido conocer, de forma teórica, científica y práctica, una forma de responder distinta al entorno por cada ser humano singular. Si bien existen funciones, atributos y capacidades que se pueden describir de modo generalizado, la conjunción de estos elementos es la que determina la particularidad de cada persona. En otras palabras, que todos tengamos las mismas emociones no significa que las sintamos igual, que las vivenciemos igual y que reaccionemos igual. De hecho, y aquí menciono el tema central de esta columna, algunas personas se recuperan de situaciones traumáticas, es decir, situaciones que han sobrepasado su capacidad de afrontamiento, mientras que otras generan una serie de perturbaciones que llamamos trastornos mentales. ¿De qué depende esto?
Cuando hablamos de trastornos mentales, a diferencia de las enfermedades generadas por un solo patógeno que altera el comportamiento del organismo, los consideramos como multicausales, un adjetivo preciso pues nos remite a muchas y diversas causas posibles. Y, aunque no lo crean, hay una cantidad muy grande de factores que se consideran al momento de observar el inicio de un desorden psiquiátrico. Sin embargo, se suelen reducir a tres componentes macro para una explicación más comprensible: la predisposición genética, las experiencias en la primera infancia y los detonantes nocivos (por ejemplo, un accidente en la adolescencia o adultez temprana). Dentro de estas categorías, existe un factor protector que nos gusta mucho a las psicólogas y los psicólogos, debido a que, gracias a él, muchas personas logran recuperarse de circunstancias gravísimas sin llegar a desarrollar un trastorno. A este factor lo llamamos resiliencia.
La resiliencia es un proceso de adaptación al suceso desafiante gracias a mecanismos de afrontamiento que poseen algunos individuos. Esta capacidad hace la diferencia entre la aparición de un trastorno o la superación de una vivencia. Ahora bien, no todas las personas poseen en igual medida este atributo psicológico —yo diría, incluso, que, para muchas, la resiliencia podría ser incipiente—. Esto va a depender de la herencia genética y de las experiencias del entorno durante la infancia más temprana. Esta herencia genética, de ser expresada, podría favorecer cierta predisposición cerebral que lleva a la persona afectada hacia su pronta recuperación.
Si ponemos esta capacidad bajo técnicas de neuroimagen, vamos a encontrar muchos datos, pero solo algunos relevantes. Dentro de ellos, se ha visto que algunas estructuras cerebrales, implicadas en la autorregulación, en el procesamiento emocional y en la percepción de recompensa o dolor podrían explicar la resiliencia. ¿Qué relación tienen estas capacidades con la resiliencia? Simple: si somos capaces de regular nuestras emociones, es decir, de disminuir su intensidad y nivel; y si podemos percibir las situaciones con diferentes matices (no completamente dolorosas); podremos sobreponernos a las demandas más acuciante del medio. Aquí la clave está en comprender que, aunque las personas van a pasar un momento doloroso que se puede dilatar, eventualmente, podrán salir adelante. Pero cuidado: no todas las personas tienen el mismo cerebro, así que no todas poseen el mismo grado de resiliencia.
¿Qué podemos hacer para mejorar nuestra resiliencia?
Empecemos por saber que el cerebro es plástico: puede ir cambiando y mejorando de acuerdo con lo que hagamos nosotros y con lo que pase en el entorno (claro que, también, puede ir empeorando). Así que les recomiendo las siguientes estrategias:
- Mantener y mejorar las conexiones con las personas queridas para construir un grupo de soporte y contención emocional
- Realizar prácticas de autocuidado, como llevar una vida saludable y enfocada en lo que tu cuerpo y tu mente necesitan
- Practicar mindfulness para mejorar la autorregulación y el procesamiento emocional
- Encontrar propósito al ayudar a los demás y al identificar tus metas
- Intentar descubrir las estrategias que puedes emplear para afrontar las dificultades
- Detectar los pensamientos irracionales, es decir, aquellos pensamientos que no tienen evidencia real
- Aceptar el cambio como parte de la vida
Pero recuerda que, si la situación te sobrepasa, es importante que busques ayuda psicológica profesional.
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