Dentro de las estrategias de prevención de violencia contra las mujeres, las que mejor funcionan son las que atacan la columna vertebral de cómo funcionamos como sociedad. Y ahí, la forma en que criamos a nuestros hijos y particularmente a nuestras hijas es central.
Un reciente estudio, Miriam Ehrensaft y colegas evaluaron esa premisa. Seleccionaron a 45 hogares de origen latino y africano residentes en Estados Unidos. Pero no seleccionaron a cualquier hogar. Muchos programas de prevención de violencia tienen que decidir entre universalizar –es decir, entregar al servicio a toda familia al margen de si lo necesitan o no–, o focalizar –es decir, entregar el programa a quienes más lo necesitan porque justamente la violencia tiene más probabilidades de aparecer ahí–.
Ehrensaft y su grupo decidieron focalizar su programa. Ahora, la pregunta es cómo focalizaron. Las familias que ingresaron al programa de mejora de crianza paternal tenían que cumplir una condición. Debían tener una hija pequeña (de 3 a 5 años), pero también algún hermano mayor que haya tenido problemas con la justicia. Con este gancho, se trataron de asegurar que el origen familiar cargue con lo que llamamos factores de riesgo. En buena cuenta, si el hijo mayor era la “oveja negra” de la familia, era muy probable (siempre en términos estadísticos, y no determinísticos) que la hija menor tuviera también problemas de conducta y que estuviera expuesta a violencia de pareja en su adolescencia.
El objetivo del programa fue mejorar las prácticas parentales y las competencias sociales de las niñas, bajo el fin último de prevenir en el futuro que estas sean objeto de violencia de parte de sus parejas. El programa incluyó 22 sesiones de 2 horas cada una para padres, madres y niñas, así como visitas quincenas y visitas domiciliarias. Todo esto duró aproximadamente entre 6 a 8 meses. Junto al grupo de familias que recibieron el tratamiento, hubo otras que al no recibirlo formaron parte del grupo de control.
La evaluación de los efectos de este programa no se hizo en forma inmediata. La lógica era esperar a que las niñas fueran adolescentes. Por eso, recién diez años después Ehrensaft y su equipo buscaron a las familias que recibieron el programa a fin de evaluar si hubo o no efectos deseados.
Los resultados fueron positivos. Las adolescentes que siendo niñas fueron parte del programa mostraron tres efectos importantes.
Primero, hubo menos adolescentes objeto de violencia de parte de sus parejas. En efecto, hubo una menor proporción de adolescentes víctimas de violencia psicológica y física de pareja entre aquellas cuyo hogar fue incorporado al programa.
Segundo, rechazaron la violencia. Hubo una menor aprobación de la violencia como algo normal en las relaciones de pareja en adolescentes. Más bien, en las adolescentes cuyos padres no estuvieron en el programa, este indicador fue mayor.
Tercero, tenían amistades más sanas. La proporción de sus amigos con pareja que cometían amenazas, coerción y celos contra sus parejas fue (significativamente) menor que las adolescentes en el grupo de control.
La clave del éxito de la intervención está en dos pasos secuenciales. En buena cuenta, tienen un efecto cascada.
Primero, la mejor crianza parental afectó positivamente la auto regulación de las niñas, lo que se entiende como reducción de la impulsividad, así como una mejora del nivel de concentración y de respuestas ante el estrés. El segundo paso se da solo porque el primero lo posibilita. La mejor auto-regulación trabajada en la relación padres y niñas posibilitó que, durante la adolescencia de estas últimas, ellas tengan mejores herramientas y habilidades para resolver problemas.
La violencia contra las mujeres depende de muchos factores, tantos que abruma la respuesta al ¿qué hacer para reducirla? Pero hay pistas con efectos claros. Y en este caso se dirigen a cómo influenciar temprana y positivamente en las relaciones de pares y de género desde las estrategias de crianza. Padres y madres, tenemos mucho que aprender. Pero mejor si este tipo de programas son liderados y masificados por el Estados. Los beneficios de largo plazo son claros.
* Ehrensaft, Miriam et al (2017). Can a Parenting Intervention to Prevent Early Conduct Problems Interrupt Girls’ Risk for Intimate Partner Violence 10 Years Later? Prevention Science, 19(4), 449-458.
Comparte esta noticia