Ricardo Gareca volvió a su sistema madre en Lima, pero, a pesar de la mejoría, no alcanzó para que los números queden en azul. Esta vez hubo progreso en el trámite, pero volvimos a quedar en deuda en la zona donde se deciden los resultados.
El sabor agridulce del empate con Uruguay en Lima tiene que ver con dos factores: la recuperación de pasajes de buen juego y la falta de solvencia y contundencia para reflejarlo en el resultado.
A pesar de la incapacidad para salir airosos habiendo generado más que el rival, la Selección Peruana mostró una cara distinta a la pobre imagen que dejó en Montevideo. La postura cambió. El equipo de Ricardo Gareca, aunque sorprendido los primeros 10 minutos por la presión del rival, supo bajarle la intensidad al juego, apoderarse del trámite y ser protagonista.
Esta vez, las individualidades fueron las que hicieron crecer el colectivo. Los pedidos de participación constante de Christian Cueva ayudaron mucho para que Renato Tapia y Christofer Gonzales evitaran trasladar más de lo debido en una zona donde, si la pierdes, te agarran mal parado. Las sociedades por los costados -sobre todo Luis Advíncula y André Carrillo- desequilibraron y fueron profundas cada vez que se animaron a pasar la mitad de la cancha. Atrás, Carlos Zambrano y Luis Abram hicieron parecer más fáciles de lo que verdaderamente fueron los duelos con Rodríguez, Lozano y Gómez.
Además del gol, Flores y Guerrero tuvieron en sus pies la posibilidad de ‘matar’ el partido y no lo hicieron. El desgaste apareció, no así las respuestas desde el banco (salvo Ascues), y sí el crecimiento de Uruguay. Aflojamos las marcas y Jonathan Rodríguez de disfrazó de Federico Santander para que el déjà vu del gol de Riveros en Asunción diga presente.
Tema para mirar detenidamente y no dejarlo pasar, es la escasa respuesta que encuentra Gareca en los futbolistas que ingresan. Las variantes, en calidad y cantidad, no las hemos encontrado post mundial. Toca seguir buscándolas en el transcurrir de las Eliminatorias, etapa en la que los puntos perdidos sí duelen.
Fastidia el resultado, claro que sí, y está bien. Eso quiere decir que el sentimiento de injusticia nace a partir de la sensación de haber sido mejores y no ratificarlo. En noviembre, vienen Colombia y Chile, las dos últimas pruebas para seguir recuperando cosas.
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