Por Sebastián Velásquez
Psicólogo clínico, escritor de psicología y neurociencia, y editor
En esta última semana, que coincide justamente con el fin de la cuarentena, noté un comportamiento que llamó mi atención. Revisando las redes sociales para capturar alguna novedad, me topé con las fotografías e historias de contactos de Facebook e Instagram que vulneraban las reglas que todos estamos siguiendo para no propagar el virus. Uno de ellos mostraba una imagen de una reunión familiar en la que todos estaban integrados y felices. Conversaban y reían, como solíamos hacer antes de la pandemia. ¿Cuál fue, entonces, el dato particular? Que las mascarillas las habían dejado a la entrada de la casa, como si se tratase de un abrigo. Habían llegado al lugar de reunión con las mascarillas puestas para no contraer o transmitir la enfermedad; sin embargo, al ingresar, las habían dejado de usar, como si, por acto de magia, ya no existiera la posibilidad de contagio. Otro de mis contactos se reencontró con un amigo después de meses. Aunque este tipo de acercamientos era perfectamente normal antes de la pandemia, ahora implica el riesgo de contagio para ellos y para aquellos miembros de la familia que viven en sus casas. Pero, como en el primer caso, también fueron un poco más allá: para tomarse la foto que compartirían luego en sus redes sociales, se quitaron las mascarillas. Quizás pensaron que no existía riesgo realmente o que la situación no es tan grave como nos la cuentan. El último caso que les contaré es el de un amigo que, dentro de su auto, pero con las ventanas abiertas, se bajó la mascarilla para tomarse una fotografía.
¿Por qué abandonan las medidas sanitarias?
Hasta aquí, parece que estuviéramos hablando sobre las faltas que cometen los ciudadanos en una situación tan delicada como la pandemia. Pero, en realidad, quiero focalizar la atención en las razones que están detrás de estos comportamientos. En otras palabras, quiero intentar explicar por qué llevan a cabo estos actos. Pensemos en el siguiente ejemplo: cuando una olla con agua se somete a fuego bajo mientras la tapa está semiabierta, el vapor que se produce lentamente podrá salir sin problemas por la hendidura. Aún bajo condiciones de presión, se conserva el equilibrio. Sin embargo, si subimos el fuego y cerramos la tapa, se producirá un desequilibrio: el vapor se generará con mayor rapidez y golpeará la tapa con violencia en su intento por liberarse, lo que generará el desborde del agua. Si bien la mente no funciona exactamente igual, sí tiene algunas similitudes. En nuestra vida cotidiana, solemos enfrentarnos a algunas demandas del entorno, como fechas límite para entregar un trabajo, pagos adicionales que no se tenían previstos, etc. Como son estresores (factores estresantes) de baja intensidad a los que ya estamos acostumbrados, nuestro bienestar se conserva y se mantiene en equilibrio. No sucede lo mismo en situaciones de gran estrés, como la pandemia que estamos viviendo. En este caso, los estresores son de gran intensidad, como el fuego alto de la cocina, lo que podría ocasionar que nuestra mente se desboque y pierda su cauce. Para que esto no suceda, contamos con unas ayudas extra que nos permiten afrontar contextos muy difíciles: estos son los mecanismos de defensa, que nos protegen tanto de los golpes del exterior como de nuestras propias emociones o recuerdos. Siempre están funcionando, aunque no nos demos cuenta, porque son automáticos e inconscientes (no sabemos cuándo se activan). Gracias a ellos, nuestra olla con agua, que es nuestra mente, no termina por explotar.
¿Cómo se relacionan los casos relatados con estos mecanismos de defensa?
La respuesta es simple: los comportamientos que observamos en estos casos son producto de los mecanismos de defensa. Básicamente, podríamos decir que se han puesto en funcionamiento dos mecanismos: la negación y el control omnipotente. La mente, en su intento por no caer en la desesperación, ya sea por el encierro o por el temor a enfermarse, ha activado estos dos procesos. El primero de ellos, la negación, está a la orden del día. Probablemente, hemos oído a personas decir: «No es para tanto», «Eso no me va a pasar a mí», «Yo no me voy a enfermar, porque soy fuerte». Estas frases son el vivo ejemplo de la negación, que no es otra cosa que nuestra propia mente intentando no ver lo que está sucediendo en la realidad. El segundo de ellos, el control omnipotente, es la fantasía de que nuestros deseos moldean la realidad, por lo que aquello que sucede depende íntegramente de nosotros. Por ello, no es raro ver a personas que se quitan las mascarillas para tomarse fotos o se reúnen entre amigos, pues ambos mecanismos de defensa crean la ilusión de que no está pasando nada o que, a ellos, no les va a pasar. Lo más curioso de todo es que el anuncio del presidente sobre el cese de la cuarentena y «la nueva normalidad» ha intensificado estos mecanismos en muchas personas: ahora tienen el argumento perfecto para, sin darse cuenta, seguir negando la realidad, porque «ya todo está mejor» y «lo peor ha pasado».
¿Qué podemos hacer?
Si conocemos a alguien que está abandonando las medidas sanitarias, lo peor que podemos hacer es confrontarlos. Este tipo de situaciones son estresores, por lo que aumentarán el nivel de los mecanismos de defensa. Los argumentos tampoco funcionan del todo: recordemos que la negación y el control omnipotente no trabajan a un nivel consciente y racional; no es que las personas, de forma lógica, hayan decidido desobedecer las normas de salud. Entonces, ¿qué hacemos? Lo único que podemos hacer, en primer lugar, es apelar a la empatía. Intentemos comprender qué emociones podría estar sintiendo aquel amigo o familiar que conocemos. ¿Es ansiedad? ¿Es tristeza? En segundo lugar, iniciemos un diálogo en el que les expliquemos, con afecto, las consecuencias negativas que puede traer exponerse a la enfermedad. Aunque no es tarea fácil, no olvidemos que la empatía evitará que la conversación sea vivida como un ataque.
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