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¿Fui yo quien abandonó el ejercicio físico o me abandonó él a mí?

El ejercicio físico ha demostrado su potente efecto en la reducción de la morbilidad asociada a la enfermedad. Esto es debido a la mejora que produce de las funciones cardiovascular, cerebrovascular, metabólica y músculo-esquelética.
El ejercicio físico ha demostrado su potente efecto en la reducción de la morbilidad asociada a la enfermedad. Esto es debido a la mejora que produce de las funciones cardiovascular, cerebrovascular, metabólica y músculo-esquelética. | Fuente: Freepik

El ejercicio físico ha demostrado su potente efecto en la reducción de la morbilidad asociada a la enfermedad. Esto es debido a la mejora que produce de las funciones cardiovascular, cerebrovascular, metabólica y músculo-esquelética.

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¿Le suena la frase “mañana me apunto al gimnasio”? O mejor, “mañana, sin falta, empiezo una rutina consistente en andar o correr todos los días al menos una hora”, “voy a empezar a salir con la bicicleta todos los días un rato” o el más relajado “hoy me voy a tomar un pequeño descanso, mañana ya haré ejercicio físico”. Y agonizó el ejercicio físico de esperar al mañana que nunca llegó…

Si somos sinceros, no sabemos cuántas veces habremos pronunciado estas afirmaciones con un gran cariz de rotundidad, pero justo en eso se quedan, en el cariz. Pensar en hacer algo saludable, como el ejercicio físico, hace que nos invada un sentimiento de desgana inconmensurable.

Esto nos lleva a preguntarnos: “¿soy yo quien abandonó el ejercicio físico o es este el que me abandona a mí de tanto hastío?”. ¿Se ha hecho esta misma pregunta alguna vez? Déjenos que le contemos los beneficios que tiene el ejercicio físico para nuestra salud, no únicamente física sino también mental. Entonces procederemos a analizar desde la Psicología por qué a pesar de conocer estos beneficios nos cuesta tanto practicar ejercicio físico con constancia.

La herramienta más segura para el corazón

El ejercicio físico ha demostrado su potente efecto en la reducción de la morbilidad asociada a la enfermedad. Esto es debido a la mejora que produce de las funciones cardiovascular, cerebrovascular, metabólica y músculo-esquelética.

La función cardiovascular es la más ampliamente estudiada. Es bien conocido que cuando aumenta la práctica de ejercicio físico se observan beneficios cardiovasculares inmediatos y a largo plazo. Incluso cuando se padece de forma congénita alguna enfermedad cardíaca.

En general, la realización de ejercicio físico en el tiempo libre se ha relacionado con un menor riesgo de desarrollar insuficiencia cardíaca así como con una probabilidad reducida de que se produzca un ataque al corazón en el futuro. Estos beneficios se obtienen también con actividades básicas como caminar y salir en bicicleta. Por tanto, es importante no perder de vista que el ejercicio físico es un gran tributo para nuestro corazón.

Además, el ejercicio físico regular ayuda a reducir la obesidad, la debilidad muscular y enfermedades relacionadas con la fragilidad y densidad de los huesos como la osteoporosis. Incluso disminuye la percepción de dolor crónico. Por ejemplo, el dolor crónico lumbar, la fibromialgia y la migraña.

Medicina para el bienestar emocional

Sin olvidar todo lo anterior, hoy en día son cada vez más los trabajos que ponen de relieve la influencia del ejercicio físico a nivel emocional y cognitivo.

Si se realiza de forma regular, se relaciona con un descenso del estrés, ya que ayuda a regularlo. También con una mejora de funciones cognitivas, como la memoria de trabajo (la que nos permite mantener en la mente la información que necesitamos para realizar una tarea).

Son beneficios que se obtienen incluso cuando la persona presenta algún tipo de daño cerebral o proceso neurodegenerativo como, por ejemplo, algún tipo de demencia. Es más, el ejercicio físico en este caso llegaría a retrasar la aparición de estas patologías del funcionamiento cerebral.

De hecho, diversos estudios han intentado dilucidar los mecanismos neuronales mediante los cuales el ejercicio físico tiene un efecto beneficioso en nuestra cognición, siendo este aún un campo por explorar en mayor profundidad.

En cuanto al estado de ánimo, ha mostrado su efecto aliviador de enfermedades de tipo psicológico como la depresión y la ansiedad.

Se consigue porque produce un incremento del humor, autoestima, afecto positivo y sensación de bienestar, en general, al liberar endorfinas y mejorar el sueño. Estos beneficios no tienen edad.

Además, el deporte aumenta la autoeficacia o la percepción de capacidad que tenemos sobre el logro de objetivos y conciencia corporal (la que tenemos sobre lo que ocurre en nuestro propio cuerpo).

Es de gran transcendencia en este punto informar de la relevancia de la constancia en la realización de ejercicio físico. Todos los efectos beneficiosos que hemos reportado hasta el momento tendrían su base en la práctica de ejercicio físico de forma regular. No cuando es únicamente ocasional.

Primer paso: ¿por qué practicamos ejercicio físico?

Ahora bien, aun conociendo todos estos datos, ¿por qué nos cuesta tanto realizar ejercicio físico y más aun de forma regular? No existen estudios que lo hayan analizado de forma empírica. Sin embargo, desde la psicología podemos hablar de ciertos factores que podrían influir en nuestra decisión de realizar ejercicio físico de manera constante.

El primero de ellos es la motivación personal que nos impulsa a adquirir hábitos, destrezas o habilidades con el único fin de lograr la excelencia, es decir, mejorar (motivación de logro).

De forma similar, existen dos tipos de motivación basados en el crecimiento personal y la autoregulación:

  • La motivación intrínseca: aquella que proviene del interior. Es decir, aquella que surge cuando la actividad produce satisfacción y placer en sí misma, sin obtener nada a cambio.

  • La motivación extrínseca: aquella que se relaciona con la obtención de algún tipo de recompensa, objetivo determinado o presión social. Por ejemplo, realizar un examen con éxito y conseguir una puntuación alta o estudiar una carrera universitaria porque es lo que nuestros padres esperan de nosotros. La motivación en este caso es totalmente externa.

Si atendemos a ambos tipos, es bien conocido que la mejor motivación para realizar algo proviene siempre del interior (intrínseca).

Desafortunadamente, en la sociedad actual se fomenta, desde que somos pequeños, la competición en todos los sectores y niveles. La competitividad es un gran enemigo del aprendizaje y el ejercicio físico.

Es decir, se fomenta y prioriza la realización del ejercicio físico para tener mejor cuerpo que otros, competir con otros, etc. No por el mero placer de realizarlo. Por eso, si no se dan estas circunstancias extrínsecas, simplemente no realizamos ejercicio físico.

Aquí es cuando nos estancamos y no entendemos por qué nos cuesta tanto hacer ejercicio físico. Hay otros casos en los que realizamos ejercicio para mejorar la sintomatología de alguna enfermedad. Aunque la motivación en este caso podría generar un gran debate, lo cierto es que esta motivación podría considerarse extrínseca, dado que lo hacemos para conseguir “algo” y descuidaríamos su realización por el más simple puro placer y mejorar por mejorar, sin que haya ningún factor adverso a enfrentar.

Segundo paso: ¿me ayudará mi personalidad?

El segundo factor relevante es la personalidad. Diferentes estudios han comprobado cómo esta influye a la hora de tender o no a realizar ejercicio físico. Se ha comprobado que las personas extrovertidas (personas a las que les gusta relacionarse con los demás y expresar sus sentimientos) y escrupulosas (responsables y organizadas) tienden a realizar más ejercicio físico en comparación con aquellas con tendencia hacia la inestabilidad emocional y los sentimientos negativos (neuroticismo).

Esta tendencia puede ser explicada, en parte, por la asociación de estos rasgos de personalidad con la motivación intrínseca y extrínseca de forma diferencial. Si bien la extraversión y escrupulosidad se asocian con una alta motivación intrínseca, la inestabilidad emocional lo hace con una alta motivación extrínseca.

Como podemos comprobar, nuestra personalidad nos puede ayudar, o, por el contrario, ser una barrera contra la realización de ejercicio físico de forma regular.

Claves para que la personalidad no nos detenga

Es cierto que la personalidad es difícilmente modificable. Pero podemos hacer que el ejercicio físico sea una de estas experiencias que doten a nuestra personalidad de otras facetas.

Para ello, un aspecto esencial y que se asocia con un mayor esfuerzo y persistencia es plantearse metas realistas (un deporte que podamos practicar y mantener).

Es fundamental que dichas metas estén bien definidas, es decir, debemos establecer un horario y un tiempo de realización concreto y apropiado a las circunstancias de cada uno.

Por otro lado, las metas deberían tener una dificultad intermedia. No son satisfactorias si nos parecen demasiado fáciles pero tampoco si son difíciles. Además, es importante fijarlas a corto plazo. Así podremos mantenerlas durante más tiempo y podremos adoptarlas a largo plazo de manera gradual.

Por último, es interesante obtener una respuesta. Por ejemplo, a través de una pulsera de actividad o refuerzos verbales de algún amigo o amiga que nos acompañe.

Ante todo, no debemos confundir las metas con los deseos. Las metas implican acción. Ergo, nuestras metas deben ser tomadas como un reto y su mantenimiento en el tiempo como un logro personal.

De esta forma, aumentará nuestra motivación intrínseca hacia el ejercicio físico. Además, la pericia en su práctica nos llevará a sentir la experiencia de flujo o felicidad. Es decir, se producirá una atención plena sobre aquello que estamos realizando y habrá una pérdida total de la autoconciencia (el ego se encuentra totalmente ausente).

Esta experiencia de flujo es la que sienten las personas que han adquirido el hábito de realizar algún tipo de deporte y puede considerarse uno de los motivos por los que mantienen este hábito a largo plazo, a pesar del esfuerzo que requiere.The Conversation

Casandra Isabel Montoro Aguilar, University lecturer and researcher, Universidad de Jaén y Carmen María Galvez Sánchez, PhD in Psychology. Research and teaching staff, Universidad de Jaén

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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