La llegada de 90 mil libros a 36 colegios transforma las aspiraciones de los niños y niñas de la provincia de Sucre, en Ayacucho.
Por: Verónica Ramírez Muro
Fotos: Morgana Vargas Llosa
Hay un pueblo a 6 horas de Huamanga, en Ayacucho, al que se accede tras un serpentín de abismos, un escenario de temperaturas extremas y montañas tapizadas de verdes. Se llama Ccollccabamba y depende comercialmente del vecino Querobamba, donde el visitante sí encontrará una laguna turística, una plaza, el restaurante Kevin con menús del día a 3 soles, el hospedaje Javi donde pasar una noche por 20, tiendas de abarrotes, venta de telefonía móvil y una iglesia.
En Ccollccabamba, en cambio, solo los ladridos de los perros, el sonido del viento y el rugir de una eventual motocicleta podrían interrumpir la calma de los atardeceres fríos. El centro poblado cuenta con cerca de 300 habitantes, la mayoría campesinos, y, entre sus casas de adobe y pistas sin asfaltar, destacan los dos pabellones amarillos en forma de L con una cancha de fulbito en el centro. Es el colegio Manuel González Prada donde, desde hace cinco años, los niños y niñas devoran libros con un apetito especial por la literatura, la historia y la poesía.
Luz Maely, de 12 años, ha leído 334 libros. Empezó a los 5 años con Blancanieves y Pinocho y desde entonces lee apenas se despierta, de camino al colegio, durante los recreos, por la tarde al llegar a casa y por las noches antes de dormir.
“Cuando leo parece que estuviera viendo una película en mi mente y no quiero alejarme. A veces mis papás me interrumpen y yo me molesto porque deshilachan lo que estoy pensando”, cuenta Luz Maely con sus dos libros preferido entre las manos: La llave mágica, de Lynne Reid Banks y El jardín secreto, de Frances Hodgson Burnett.
“Si no leo, me aburro”, dice Jenma, de 9 años, y muestra su ejemplar de Nieve, renieve, requetenieve, de Xosé Cermeño. “Leemos para hacer poesía”, interrumpe Gabriel e inmediatamente después se levantan todos los índices derechos de la clase para pedir la voz:
- “Estoy leyendo la historia de una estrella que está dentro del mar y brilla”.
- “Yo la de un piloto que se pierde en un desierto y aparece un príncipe extraterrestre”.
- “A mí me gusta la del burro”.
- “Yo quiero sembrar un árbol como Zezé”.
Los 188 niños y niñas del colegio Manuel González Prada saltan con garrocha los 12 libros que el Plan Lector sugiere para el año escolar. Sus índices de lectura no están contemplados en las últimas encuestas realizadas por el Instituto de Opinión Pública (IOP) de la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde figura que el 24,4% de los peruanos lee solo una vez al mes.
Pero los libros no siempre estuvieron ahí. Alguien los llevó, alguien recorrió ese vertiginoso camino con mil ejemplares la primera vez, luego con más, muchísimos más, hasta sumar 90 mil repartidos en 36 bibliotecas de la provincia de Sucre.
Curiosamente, entre las aspiraciones de Javier Gamboa (50 años) -fotógrafo especializado en danza, viajero incansable gracias a su trabajo, inquieto, padre de una hija- jamás estuvo la de crear bibliotecas.
El día que llegaron los libros
Javier Gamboa visitaba regularmente Poma, el pueblo de donde sus padres salieron caminando con dos hijos pequeños -15 días y sus noches- primero a Huamanga y luego a Lima en bus, hacia 1955.
Poma se ubica en una montaña y está rodeado de abismos que se deshacen debido a las lluvias. En 30 años no existirá en el mapa.
En 2013, como ofrenda y en agradecimiento a la educación que sus padres se esforzaron en brindarle, Javier llevó útiles escolares de regalo y encontró que, para prevenir un desastre natural anunciado, la escuela se había mudado al vecino Cccollccabamba a una construcción nueva y sin libros.
-¿Qué necesitan?, le preguntó al director del colegio.
- Libros. No tenemos, le respondió.
“Sentí algo muy fuerte en ese momento y le dije al director: te voy a traer mil libros y te los voy a traer el próximo mes. Lo dije de corazón, sin pensamientos”, cuenta Javier. Entonces inició una campaña de recolección entre amigos y academias de danza y al mes volvió con los libros prometidos.
“Yo no pensaba hacer bibliotecas. No era mi proyecto de vida, pero me di cuenta del verdadero poder que tenía todo esto. Empecé a ver que los niños tenían mucha curiosidad”, cuenta Javier.
Bajo la premisa “si recibes tienes que aprender a dar” creó un proyecto con los chicos y chicas de 4º y 5 de secundaría al que llamó “Libros para crear oportunidades”. Debían organizarse en grupos, recorrer la provincia de Sucre, evaluar el estado de las bibliotecas y comentar con los alumnos de otros colegios por qué les parecía importante la lectura. El reto tenía truco. “Para explicar los beneficios de la lectura”, les dijo, “primero tienen que leer mucho”.
Los chicos hicieron su trabajo:
18 colegios sin bibliotecas = 18,000 libros.
“Moví el Facebook, me conecté con amistades y se formó una cadena impresionante. Todos los días tenía que recoger libros. Fue una explosión”, recuerda Javier. Un año después, en julio de 2014 llegaron los libros a Ccollccabamba y se formó otra inmensa cadena para distribuirlos en los 18 colegios. Los chicos y chicas que el año pasado habían visitado los colegios para reportar la falta de bibliotecas cumplieron una doble promesa: leyeron mucho y llevaron los libros prometidos.
Nuevos aires en la escuela
Antes de que llegaran los libros, los profesores tenían pocos recursos para mostrarles el mundo a los niños. La educación se sustentaba en los siguientes materiales: 1) Coquito, el libro creado hace 64 años por el profesor arequipeño Everardo Zapata. 2) Baldor, publicado en 1941 por el cubano Aurelio Baldor y no por el famoso señor árabe de la cubierta como tantas generaciones imaginaron.
“Todo ha cambiado. Nosotros los profesores también tenemos ahora más curiosidad de leer y tenemos que hacerlo para estar a la par que los alumnos”, dice la profesora Alejandra Aróstegui, de 51 años.
"Sin los libros no existiría el cargo de bibliotecario. El nuestro se llama Rubén y estudió computación, pero aprendió rápido a organizar los libros y ahora lee bastante”, explica Reynaldo de la Torre, director del colegio, mientras muestra los retratos y frases que los 188 alumnos del colegio han dibujado, recortado y pegado en las paredes de sus aulas: Julio Verne, Juan Ramón Jiménez, Lope de Vega, Gabriela Mistral, William Shakespeare… “Sin los libros estos señores tampoco existirían”, dice.
Pero los libros no caen del cielo: sin Javier Gamboa no existirían lectores tan entusiastas en Ccollccabamba. El Estado no cuenta con ninguna institución que dote de libros a las bibliotecas, mucho menos a las escolares. Por otra parte, el Plan Lector es un albur: recomienda la lectura de 12 libros al año y la selección está a cargo del coordinador designado en cada colegio.
Uno de los esfuerzos más sólidos a largo plazo para fomentar la lectura es el que organiza la Dirección del Libro y la Lectura del Ministerio de Cultura. Ya han implementado 244 espacios con un promedio de 70 libros cada uno ubicados en cárceles, colegios, bibliotecas comunales, albergues infantiles, entre otros, en distintos puntos del país.
“Hemos priorizados niñez y primera infancia. Creemos que en la primera infancia es donde debe formarse el hábito de la lectura. Además, hay investigaciones que demuestran que si ya ha tenido familiaridad con el libro como objeto es más fácil que desarrolle un hábito en el futuro”, dice Ezio Neyra, escritor y ex director del Libro y la Lectura.
Intuitivamente, los profesores de la escuela han llegado a la misma conclusión. Mientras más temprano se inician en la lectura, más rápido se instala en ellos la curiosidad por descubrir nuevos mundos a través de los libros. El caso de Luz Maely, por ejemplo, ha inspirado a muchos otros alumnos de primaria a intentar superar su récord.
El futuro
A pesar de las estrecheces, en el hogar de los Gamboa existía la convicción de que la educación los engrandecería. Todos los hijos (9 en total) estudiarían, así tuvieran que hacer los más grandes sacrificios. A los 8 años, para poder estudiar en el colegio Melitón Carvajal de Lima, Javier dormía solo en la oficina de su padre de domingo a jueves. Su casa en El Agustino quedaba muy lejos y no tenían dinero para el transporte diario. Tenía miedo, sí, pero también ilusión de ir a una gran unidad escolar donde el profesor Mario invitaba a los alumnos a compartir grandes aventuras literarias protagonizadas por personajes fantásticos.
Javier heredó la curiosidad por los libros y, como ese hilo invisible que une a personas destinadas a encontrarse, buscó entregar el testigo. Se lo dio a Luz Maely, Jenma, Gabriel y a los cientos de niños y niñas de la provincia de Sucre que hoy tienen un libro entre sus manos.
Ahora, una parte importante del proyecto se ha cumplido: 23 chicos y chicas del colegio Manuel González Prada estudian en distintas universidades. “Han logrado ingresar a un lugar que quizás antes no existía en sus mentes”, dice Javier.
Gracias a los libros, los alumnos pueden vivir otras vidas muy distintas a las que les ha tocado vivir en pueblos aislados entre los 3,400 y 5,000 metros de altura. En sus recién descubiertos universos literarios, los niños recorren ríos y planetas, viajan al espacio exterior, a África, a Europa o a la Polinesia. “Siento una magia. Yo soy el personaje del libro, yo estoy haciendo esas cosas”, dice Luz Maely.
Desde que llegaron los libros, ya nada es lo mismo en Ccollcabamba: los futuros adultos del pueblo tienen grandes sueños y cuentan con una gran imaginación para poder cumplirlos.
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