Elecciones municipales y regionales, por Fernando Carvallo [COLUMNA]

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La escena política se halla dominada por la polarización entre el Congreso y el Ejecutivo, es decir por las pugnas entre un gobierno sin rumbo y un parlamento dividido e imprevisible. Todos pagamos las consecuencias de la mala gestión pública. Un día es la incapacidad de comprar urea, otro el descabezamiento de la Policía y después las idas y venidas sobre el programa de becas.

Mientras la acción del Estado se degrada, aumenta la incertidumbre de las previsiones económicas que en parte tiene causas internas y en parte internacionales. Es en estas circunstancias que nos encaminamos a elegir a más de diez mil autoridades locales y regionales. Ochenta por ciento de los peruanos vivimos actualmente en ciudades acechadas por la delincuencia, la mala calidad del transporte, de la salud y de la educación pública.

La regionalización implementada desde hace dos décadas no ha funcionado, pero no hemos sido capaces de reconocer los errores y emprender una verdadera reforma. ¿Qué podemos esperar de las autoridades que entrarán en funciones el próximo 1 de enero? ¿Habrán aprendido del fracaso de sus predecesores? Y aún más importante, ¿qué hemos aprendido los electores?

Malos alcaldes y malos gobernadores van a empeorar los bajos índices de ejecución presupuestal. Como en toda elección, debemos prestar atención a dos requisitos de la buena gestión: la idoneidad ética de los candidatos y la claridad de planes que puedan ser aplicados con eficiencia y rapidez.

Lo que está en juego es la seguridad ciudadana, la mejora del transporte, de los espacios públicos y de la calidad del ambiente. En todas las localidades de nuestro país hay ambiciosos que quieren aprovecharse del dinero público, pero hay también ciudadanos con vocación de servicio. Nosotros, los electores, tenemos que diferenciarlos.

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