Lo primero que se aprecia en nuestra educación son sus enormes brechas. Es imposible hablar de igualdad en una sociedad donde la calidad de la educación recibida por unos es superior a la de otros. Si la meritocracia es el camino a la equidad, el requisito indispensable es que todos tengan posibilidades. Premiar y promover a los mejores, es justo, solo si hubo igualdad de oportunidades.
Hay clara diferencia entre la educación rural y la urbana, así como, salvo excepciones, entre la pública y la privada. Sin detener en nada el progreso de los centros educativos que hoy forman jóvenes capaces de competir con cualquiera en el mundo, la preocupación del Estado debe estar en hacer que el resto de unidades escolares alcancen tales niveles de excelencia.
Esto es particularmente difícil para la educación rural, en donde la realidad geográfica impone tiempos de clase reducidos, debido a las largas caminatas que deben emprender muchas veces maestros y alumnos para llegar al salón de clase. Queremos terminar eso planteando un audaz programa de internados rurales, que entregue a sus educandos la misma cantidad de horas que a los alumnos citadinos. Además, hay que asegurar la interconectividad total. La virtualidad debería ser una herramienta para igualar niveles educativos, no un nuevo factor de desigualdad, pues no todos tienen acceso a ella. Esto va de la mano con exoneraciones tributarias a bienes y servicios de las nuevas tecnologías destinados a la educación, como tablets, laptops e internet.
La brecha entre los buenos colegios privados y los públicos también debe cerrarse. Es tarea del Estado asegurar una educación pública que rompa los círculos de pobreza, produciendo educandos competitivos. En esto los colegios de alto rendimiento serán fundamentales y pensamos multiplicarlos. Si ya han permitido que los mejores alumnos del Perú reciban una educación de excelencia, ahora tocará incluir a los segundos, terceros y cuartos. Para que esto funcione, seduciremos a los mejores directores y docentes, con bonos por resultado.
Lo cual me lleva al punto central de nuestra propuesta educativa. Necesitamos elevar dramáticamente el nivel remunerativo y de prestigio de nuestros maestros. Hoy es una dolorosa realidad que muchos de nuestros jóvenes en edad de decidir su futuro, desechan la carrera docente, a pesar de tener la vocación, por no encontrarla acorde con sus expectativas sociales y salariales.
Para la educación superior es necesario crear la academia pre universitaria gratuita, así muchos jóvenes con capacidades, no se perderán en el proceso de ingreso. Por supuesto debe continuar la reforma universitaria, fortaleciendo SUNEDU y desapareciendo a las universidades que han perjudicado a tantos jóvenes. Pero en la línea de lo explicado para la educación escolar, la gran obligación del Estado debe ser elevar el nivel de la universidad pública, de manera que nadie opte por una mediocre oferta privada. Optimizaremos los recursos humanos y materiales en la universidad estatal y crearemos incentivos para incorporarle a tantos jóvenes académicos que, al regresar con un master del extranjero, no encuentran mayores oportunidades laborales. Ellos deberían ser los motores de la modernidad, la innovación, la investigación y el cambio de la Universidad peruana.
Y hay que potenciar también la educación técnica. A lo largo del país, diferentes proyectos necesitan de técnicos calificados que suelen ser contratados en el extranjero porque aquí no tenemos. Hay que formar entonces a los nuestros en Institutos Tecnológicos que, en alianza con los mismos centros laborales, aseguren a los jóvenes de cada Región, un buen trabajo y desarrollo en su tierra.
Por último y para todos los niveles. Pondremos al Perú a hacer deporte como nunca antes se ha visto. Jugando, que es la mejor manera de aprender, el deporte formará a nuestra niñez y adolescencia en los valores que debemos recuperar y las preparará para la competencia de la vida.
Poner la educación al centro, nos permitirá cambiar el Perú. Hagámoslo juntos.
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