Basada en la novela de Joyce Carol Oates, 'Blonde' es la nueva apuesta de Andrew Dominik para Netflix. Una cinta que ha abierto una polémica alrededor de la figura mítica de Marilyn Monroe.
La película “Blonde” no ha estado exenta de la polarización y la controversia. Muchos la odian porque consideran que es una cinta misógina; otros la aman, puesto que ven en ella una propuesta arriesgada, alejada de los tópicos del biopic. Sin embargo, el nuevo proyecto de Andrew Dominik para Netflix es una mezcla de ambos argumentos, pero con resultados decepcionantes.
Filmada en los formatos 4:3 y 16:9, ambos ratios cambian constantemente en las casi tres horas de metraje. Pero no son usados como estética metafórica para reflejar la prisión asfixiante de la propia locura de Marilyn Monroe, ni tampoco como espacio de liberación. Más bien, esta variación se siente como una forma de juego perverso para samaquear a un personaje dolido, vejado por la industria en la que forjó su leyenda.
Por ello, el sufrimiento es marca personal de la película. A Marilyn Monroe la vemos llorar todo el tiempo, ya sea por el padecimiento de su madre, por ser víctima de constantes maltratos físicos y machistas o soportar prejuicios por el color de su cabello o su belleza. La felicidad en ella no existe.
Además, la historia no se cuenta desde la mirada de Monroe, sino desde el propio Andrew Dominik, quien, como si fuera un titiriteo, mueve al personaje a su conveniencia. De ahí que sumerja al icono de Hollywood en aguas turbias y nos convierta en testigos de ello: hace que vomite en primer plano, que un feto la reprima, que la búsqueda de su padre se sienta como un amor incestuoso. Incluso, el director le suprime cualquier atisbo de poder femenino, a tal punto que corre el riesgo de anular lo más rescatable de "Blonde": la espectacular actuación de Ana de Armas.
No está de más decir, por ello, que la cinta de Netflix peca de reiterativa y artificiosa. Las imágenes tienen una gran factura técnica, pero se sienten presuntuosas y otras sensacionalistas. Algunas escenas parecen salidas de una pesadilla, que podrían guardar semejanzas con el mundo lynchiano, pero con una factura chata, ramplona.
Después de todo lo visto, uno se pregunta dónde quedó el Dominik de “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford” y el de “Mátalos Suavemente”, películas que podrían tener algunos problemas también vistos en “Blonde”, pero que se sentían, al fin y al cabo, como obras de un director con una solidez narrativa destacable.
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