Las cubiertas de los libros contienen algunas veces mejores ideas y más contenido que las obras mismas. En otras, las portadas y sus contras son elementos de marketing cuidadosamente diseñados y dirigidos hacia los incautos que aun van a las librerías y revisan novedades, creyendo fielmente en las promesas que traen imágenes sugerentes o textos inteligentes.
En algunos casos el autor todavía tiene chance de sugerir, proponer, o al menos discutir qué es aquello que ha imaginado para la portada de su libro y el resumen o comentarios –de otros escritores admirados o de simples amigos– que quisiera poner en la contraportada. En otros casos, la dictadura del editor (i.e. del mercado) obliga a que el escritor simplemente asuma lo que puede resultar mejor para la venta de su obra –miente quien diga que escribe sin deseo de reconocimiento o quien no haya soñado con un golpe de suerte que lo convierta en bestseller o cuando menos en un narrador de culto (aunque sea póstumamente).
No son naderías. La imagen de la carátula y la contraportada, donde suele condensarse el argumento de una obra con el añadido de algunas frases y encomios puede resultar decisiva. Así, novelas de espías traen siempre hombres armados y mujeres semidesnudas; obras serias o que pretenden serlo traen pinturas, fotografías o fragmentos sugestivos; las ediciones románticas suelen privilegiar parejas guapas en actitud provocadora o distante. ¿Qué podría contener un libro que se llama “mañana paro” y que tiene la foto de un gato siamés con un chullo peruano en la cabeza?
Larga vida (de/a) las novelas románticas
Julie Tournelle es una joven de 28 años, que vive en un pueblo pequeño de Francia, trabaja en la sucursal de un banco y quiere dejar su monótona vida para convertirse en alguien distinto, mejor (como todo el mundo). Y es una mujer pasional, decidida, un poco alocada y, claro, bonita a lo fille d'a côté (girl next door o vecina deseada). Por eso Julie tiene su grupo de amigas con las que se reúne a tomar vino y pasarla bien cotilleando cada cierto tiempo; tiene también una mejor amiga con la que comparte sus secretos más íntimos y que está dispuesta a cometer cualquier locura para ayudarla; tiene un amigo nerd al que quiere como un hermano; ama los chocolates y tiene una fijación con los gatos; y está dispuesta a arriesgar su futuro y cambiar su puesto en el banco por uno en una panadería donde compra su baguette desde niña. Y está sola porque ha terminado hace un tiempo con un novio cretino. En suma, la reina de los clichés.
Pero aquí Julie ve la luz y se da cuenta de que lo único que le dará la felicidad es – oh sorpresa– romper la rutina. Y para eso Ricardo Patatras es la persona que parece ideal para juntos por fin sentar cabeza y pasar a esa otra rutina aparentemente más excitante, la de la mujer casada (sin comentarios). Si esperan algo más profundo de esta novela es que no se dieron cuenta exactamente de la portada. Se trata de una novela romántica como muchas, dirigida especialmente al género femenino (y quizás, como las de Danielle Steel[1], Bridget Jones o Sex on the city, por ejemplo, debería escandalizar a las feministas más acérrimas y a las que no lo son tanto).
Julie es completamente impulsiva y se ve metida en una espiral de enredos por confiar en su “sexto sentido” femenino. Ricardo Patatras (que en español vendría a ser “cataplum”), por su parte, es un hombre guapo, joven, un macho alfa pero también misterioso. Y pese a que parece ser la persona ideal para Julie, ella se empecina en catalogarlo como un truhan que guarda un terrible secreto. Porque pese a las apariencias, no hay hombres buenos, claro. ¿O sí?
Julie decide perseguir a Patatras para descubrir quién es realmente. Para ayudarla está la mejor amiga, Sophie, a quien le pide disfrazarse de tal manera que no pueda ser descubierta. Es así como ambas se juntan muy temprano por la mañana para observar a Ricardo y espiarlo en sus curiosas caminatas matutinas con rumbo al castillo de una millonaria antipática –claro, siempre hay una bruja en toda historia de amor–. Aquella mañana, mientras esperan que el hombre deseado salga a acometer una de sus presunta fechorías, Julie ve llegar a su amiga y descubre una de las siete verdades fundamentales que dominan el universo: “le bonnet péruvien ne va a personne.” El chullo (peruano) no le queda bien a nadie.
No todo es malo en esta novela de final feliz (obvio) aunque pareciera escrita para el deleite del bello sexo de 1950 y no para las independientes mujeres del 2011 (y menos del 2019). Legardinier, haciéndole justicia, es alguien que conoce su oficio. Después de todo ha trabajado en el cine como guionista y pirotécnico, lo que explica su efectismo cuando paso a escribir novelas, en lo que no le ha ido nada mal. Esta, que vendió más de millón y medio de ejemplares, en todo caso es entretenida y tiene personajes desopilantes como la amiga de Julie (obsesionada con los bomberos termina casándose con uno australiano), y bromas que por tontas resultan efectivas, como si estuvieran listas para ser filmadas en una de esas comedias infalibles para matar un domingo por la tarde. Que es probablemente lo que buscaba Legardinier y lo que quiere cualquier escritor (aunque sea un filme de Leonidas Zegarra).
[1] Danielle Steel, una de las mayores bestsellers mundiales, quien dicho sea de paso en su novela “Legacy” hace que su protagonista, la hermosa, buena e inteligentísima Brigitte Nicholson pase una temporada ayudando a los niños de un refugio en el Perú.
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