Al inicio de Una novela rusa, de Emmanuel Carrére, apenas en la primera página, cuando el narrador está haciendo el amor en un tren en movimiento con su pareja, aparecen dos peruanos. No se trata de cualquier dúo de personajes exóticos. Se trata del señor y la señora Fujimori. Más aún, la señora Fujimori se une a la pareja que hace el amor y se presta a una escena de sexo acrobático frente a la vista –¿y paciencia?– de su esposo, quien de pronto advierte a aquel trío practicante de un sabroso menage à trois, que el tren se ha detenido….Se trata de un sueño, por supuesto, que el propio narrador explica claramente al haber ojeado una noticia sobre el presidente del Perú en su Libération diario (el periódico de la izquierda francesa).
El autor de Una novela rusa es Emmanuel Carrére, escritor, guionista y director de cine francés de poco más de sesenta años, conocido por la película El bigote (La Moustache, 2005), una excelente obra de suspenso acerca de la propia identidad; pero también por obras maestras como El Adversario o Limónov.
Por otro lado, en Windows of the World un hombre espera su propia muerte y un narrador busca imaginar cómo sería esta peculiar situación. Un padre está junto con sus pequeños en el famoso restaurante Windows of the World, situado en las alturas – piso 107 para ser más exactos - de una de las torres gemelas el 11 de setiembre de 2001. En medio del caos que se vive en ese instante que marcó el verdadero inicio del siglo XXI, el autor hace una notable digresión sobre la vida en nuestros días a través de los pensamientos de aquel hombre divorciado que cuida a sus hijos en un lugar que parece ser verdaderamente la cima del mundo y que se desintegra –con ellos adentro, claro– en cuestión de segundos. Windows se convierte así en un caleidoscopio moderno en el que poco a poco aparecen diversas ideas, imágenes, y personajes de la más variopinta especie. Allí, entre todos ellos, en medio de un listado de figuras cosmopolitas, aparece un recién elegido presidente peruano de origen indio, como una intuición fugaz pero reconocible pues el narrador también lo ha visto apenas en el diario: es Alejandro Toledo.
Frédéric Beigbeder es un provocador, conocido por su éxito mediático (la novela que lo lanzó a la fama, 13,99 euros, una parodia sobre la publicidad y la sociedad de consumo también se convirtió en película). Quizás lo más parecido a nuestro crédito Jaime Bayly, aunque con departamento con vista al Sena, pertenece a una generación de narradores galos, egocéntrico y narcisista como pocos, y referente de aquella clase que denominan “bobos” – “bourgeoise bohéme” (un poco la antítesis de derecha del “gauche caviar” o simplemente caviar en nuestras tierras). Beigbeder se reconoce a sí mismo como un autor de novelas autobiográficas satíricas y ligeras.
Pero claro, la pregunta que nos interesa pasada esta presentación es: ¿Qué hacen dos presidentes peruanos en medio de novelas francesas contemporáneas? ¿Es el Perú – más aún, su curioso e irregular devenir político - objeto de preocupación por la intelectualidad europea como para aparecer así en dos obras contemporáneas (2007 la de Carrère y 2003 la de Beigbeder)?
En primer lugar, quizás habría que decir que los dos autores franceses provienen de la burguesía y tienen formación en la famosa facultad de ciencias políticas de París (Sciences Po) lo que los hace parte de la élite cultural de su país, más allá de la notable rebeldía – como pose, sobre todo en el caso de Beigbeder. En todo caso, se trata de personas que conocen el mundo y encarnan al nuevo escritor francés globalizado, preocupado por primera vez en lo que pasa más allá de sus narices y de las fronteras de El Hexágono –sobrenombre que los franceses dan a su país–. Ambos son cosmopolitas e ilustrados.
Y sin embargo ¿Por qué el Perú? Como dice el brillante ensayo de Luis Loayza del cual birlamos el nombre para esta columna:
“¿Por qué, me pregunto, justamente dos peruanos? ¿Qué significan, quiénes son esos fantasmas literarios?
En primer lugar ambos personajes existen porque son peruanos es decir, en Francia, exóticos. Todo escritor sabe que un nombre extraño y distante da cierto encanto misterioso a su párrafo. En la literatura europea el Perú es de estos nombres y ha sido utilizado muchas veces para sugerir las ideas de lejanía y riqueza.” (El sol de Lima)
Las cosas no han cambiado mucho desde el siglo XIX. Dos presidentes peruanos resultan sin duda hoy, en el siglo XXI, también símbolo del exotismo humano y político, sobre todo si se piensa que los personajes de los que se trata son un tipo de origen asiático y otro completamente autóctono. No son dos presidentes cualquiera: chino y cholo, dictador y demócrata. Ambos presos en nuestros días. Qué duda cabe, Alberto y Alejandro son dos símbolos de la pluralidad cultural y política en su más amplia expresión (de corrupción).
Se trata pues de dos hombres que aparecieron en la prensa europea, sí, como seguramente muchos otros, pero que al mismo tiempo son peruanos, imagen aún del exotismo que los ilustrados franceses aún aprecian y quizás añoren (sumidos ellos mismos en problemas de origen étnico-religioso en medio de sus propias ciudades). Esta vez no pueden aparecer incas con plumas, ya que casi todos sabemos que la globalización nos ha hecho más parecidos a lo que éramos hace unos años atrás.
Las figuras de dos presidentes peruanos, pues, siguen encarnando un poco del exotismo propio de la imagen de aquel país de los incas del Candido, pero al mismo tiempo sirven para mostrar cómo las nuevas tecnologías ahora nos acercan y cómo en un mundo post 11 de setiembre todo se conoce y está al alcance de la mano. En la literatura contemporánea, que es a la larga reflejo de nuestro sistema, ocurre un poco lo mismo; quizás por eso muchos autores “globales” a la larga caen en la tentación efectista –pero siempre eficiente– de sorprendernos con algo inesperado… como tener a Fujimori y Toledo como personajes de novela. Esperemos este mal ejemplo no cunda y nos libremos de tener a nuevos presidentes, líderes, lideresas, congresistas y candidatos en nuevas novelas o series de Netflix, que imagino como una secuela versión zombie de “Orange is the new Black”. Como dijo el gran pensador Juan Carlos Hurtado Miller: “Que Dios nos ayude”.
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