Pese a que el Perú todavía no cuenta con un acuerdo para acceder a alguna de las múltiples vacunas contra la COVID-19, existe una problemática que podría hacer más difícil una eventual campaña de inoculación. Al igual que en gran parte del mundo, el movimiento “antivacuna” ha logrado establecer cierto grado de influencia en el país durante los últimos meses. En esta columna queremos hablar del reto de naturaleza social, más allá del logístico.
Para poder entender esto en profundidad, es muy relevante entender la génesis del movimiento antivacunas que hoy en día tiene cerca de dos siglos de antigüedad, y se origina cuando el médico inglés Edward Jenner, en 1800, comenzó a utilizar una variedad moderada de viruela, común en las vacas, para inmunizar a las personas, de ahí el nombre vacuna. A pesar de su gran eficacia, a lo largo de los años fueron surgiendo movimientos contrarios al uso de las vacunas insinuando que las personas vacunadas mezclarían su sangre con la de las vacas, con posibles consecuencias terribles. Para finales de ese siglo sociedades antivacuna ya se habían consolidado en Inglaterra y Estados Unidos.[1]
En los tiempos actuales los movimientos antivacuna se mezclan con las teorías conspirativas. Estas no son exclusivas del Perú, de hecho, se podría argumentar que, en gran parte, las teorías conspirativas que hoy pululan en el país son ‘importadas’. Desde que comenzó la carrera entre los diferentes laboratorios farmacéuticos, a lo largo de la primera mitad del año anterior, el escepticismo se hizo evidente en múltiples países desarrollados, entre ellos los Estados Unidos. En mayo, la encuestadora YouGov, en un esfuerzo conjunto con la plataforma Yahoo News, identificó que cerca del 28% de adultos estadounidenses “creían firmemente” que Bill Gates estaba financiando los esfuerzos para desarrollar una vacuna con la finalidad de “rastrear individuos utilizando microchips”. Aunque esta teoría en particular no llegó a una proporción significativa a nivel nacional en Perú (cerca del 2% de los encuestados en agosto por IPSOS lo creía), sí podemos ver que otro tipo de teorías lo han logrado: por ejemplo, en agosto el 66% consideraba que el virus fue creado en un laboratorio (IPSOS).
En España, apenas el 24% de la población se vacunaría lo antes posible. Cuando Francia experimentó su pico de contagios en el mes de abril, cerca del 75% de franceses estaban dispuestos a vacunarse, cifra que ha caído al 59% para el mes de noviembre. Este fenómeno también podemos verlo en Perú: mientras que en agosto en Perú, solamente un 22% de peruanos había expresado su rechazo a vacunarse, este número casi se duplicó para el mes de diciembre, cuando IPSOS reportó que para el último mes del año, 40% de peruanos no deseaban vacunarse contra la COVID-19. IPSOS presentó resultados a nivel global, y en varios países existía una significativa resistencia. Esta puede responder no únicamente a campañas de fake news, también pueden existir un comprensible desconocimiento que genera preguntas y temores. Por ejemplo, la rapidez en la que las vacunas han obtenido la aprobación de las instituciones de salud puede generar el temor de que no han pasado todas las medidas de seguridad adecuadas. Dichas dudas necesitan ser respondidas.
El primer reto para vacunar a los peruanos será la obtención de la vacuna. El segundo reto será la organización de la logística de frío y vacunación. Una vez resueltos esos problemas el desafío será movilizar a grandes segmentos de la población que se encuentran reacios a inocularse. Es urgente lanzar una campaña para informar a la población, tomando en cuenta las actuales creencias, temores y mitos que existen actualmente. Todo parece indicar que las vacunas no llegarán en las próximas semanas, por lo que el gobierno tiene tiempo de identificar estos temores y responder a ellos, a través de canales y voces confiables.
[1] https://www.historyofvaccines.org/content/articles/history-anti-vaccination-movements
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