¿Alguna vez te has preguntado por qué una persona invidente abre y levanta los brazos en señal de victoria cuando gana? Obviamente, nunca ha podido ver a alguien hacerlo, no conoce el significado de ese gesto, ni tampoco se la ha entrenado sobre cómo se debe celebrar un logro.
Sabemos de la importancia del lenguaje corporal para transmitir seguridad y poner en valor la coherencia de nuestra comunicación, pero lo que pocos sabemos es lo más importante: el impacto que nuestra corporalidad tiene sobre nosotros mismos.
La socióloga de Harvard Amy Cuddy demostró que el lenguaje corporal afecta profundamente nuestra autopercepción. En su investigación, señaló que al tener una actitud de seguridad, aún estando inseguro, se alteran los niveles de testosterona (hormona de poder) y cortisol (hormona del estrés), mejorando nuestra probabilidad de éxito.
Recuerdo una conversación de coaching con Flavia, directora de Tecnología de la Información de un importante grupo empresarial del país. En la primera sesión me recibió y me dijo: “Estoy segura de que te han mandado porque dicen que soy muy dura. De verdad no entiendo qué quieren; tengo política de puertas abiertas, pero no tengo por qué andar haciendo bromas. Ni que fuera payaso”.
A partir de esta declaración, traté de comprender ¿qué entendía ella por “dureza” y por “puertas abiertas”? Respecto del primer término, Flavia logró identificar que su padre (inmigrante japonés que había tenido que trabajar mucho para salir adelante) le enseñó que el trabajo se debe tomar muy en serio y que para lograr el éxito se debe trabajar muy duro.
Esta interpretación aprendida como un valor de familia, estaba hoy cuestionando el éxito de su gestión en una empresa que buscaba estar en el ranking de los mejores lugares para trabajar en el país.
Posteriormente, le pedí que me explique cómo era su política de puertas abiertas y me respondió: ¡La puerta de mi oficina siempre está abierta pues!
Le pido que comparta conmigo cómo solía recibir a sus colaboradores cuando se paraban en el umbral de su oficina a buscarla. Como cuando alguien se sorprende de ser descubierto en una travesura, tira su cuerpo para atrás, sonríe y me dice: “Saludo, continúo tecleando, miro mi laptop y les pido que me digan lo que necesitan”.
Esta sonrisa y un proceso de reflexión posterior sobre el impacto de esta forma de actuar fueron propicios para proponerle hacer tres ejercicios puntuales cuando alguien la busca en su oficina:
- Cerrar la laptop: ¿Es probable para ti cerrar la laptop?
- Mirar a los ojos: ¿Es una posibilidad para ti mirar a lo ojos a la persona?
- Sonreír: ¿Podrías sonreír cuando estés mirando a los ojos?
Aceptó el desafío de los dos primeros puntos, sin embargo, no se comprometió a sonreír. Acepté su respuesta y le pedí que lo tenga en mente por si se animaba a intentarlo.
Esta sesión de coaching sucedió hace casi 10 años. El libro Presence de Cuddy fue publicado en 2015. Yo no sabía de esto, sin embargo, la directora me ayudó a comprender el poder del lenguaje corporal, cuando una semana después de nuestra primera sesión, me llama feliz a decirme: “Ya van dos personas que me han preguntado qué estoy haciendo que se me ve feliz”.
Resulta que (tal como me lo explicó ella misma) cuando Flavia decide cerrar su laptop y mirar a los ojos, automáticamente le provocaba sonreír para darle la bienvenida a quien estuviera en la puerta. No lo he leído, pero pareciera un reflejo natural el sonreír a quien miramos a los ojos con afecto.
En un mundo donde se valora lo rápido como efectivo, el dinero como éxito, y donde la tecnología está remplazando las conversaciones cara a cara, resulta fundamental humanizar nuestras interacciones. Claramente no vamos a tener más tiempo para conversar, pero hagamos que el tiempo que tengamos sea lo más humano posible.
Cuando llegamos a casa, solemos olvidar que estamos llegando a nuestro hogar y olvidamos este simple ejercicio de conexión con quienes más amamos.
¿Te animas a practicar la estrategia de Flavia en tu vida?
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