Converso tranquilamente con Alberto Ferlenga mientras tomamos un café. Hemos encontrado el tiempo para hacerlo dentro de la ajetreada agenda del rettore de la IUAV, en el último día antes de sus vacaciones de verano. La verdad es que resulta un privilegio charlar con uno de los mejores profesores de arquitectura de Italia. Antes me ha regalado el libro 2020 Venezia vuotta (Venecia vacía), donde dos profesores de su universidad, Umberto Ferro y Luca Pilot, han participado fotografiando la ciudad durante la pandemia, con los espacios vacíos. Otros, como Alberto, lo han hecho con ensayos; el suyo tiene un nombre sugestivo: “Quando Venezia é stata vuota” (“Cuando Venecia estuvo vacía”). El otro, a cargo de la profesora Fernanda De Maio, es todavía más contundente: “Questa é Venezia” (“Esta es Venecia”).
Los temas van y vienen, pero al final el tema por el cual estoy aquí es la Biennale, y Alberto es categórico sobre eso: mucha instalación, poca arquitectura. Y coincidimos en que las dos ediciones anteriores, a cargo de Alejandro Aravena y Grafton Architects respectivamente, tuvieron un gran espacio para la arquitectura. Concordamos también en que el Pabellón del Vaticano, en la muestra del 2018, exhibición montada en los jardines de la isla de San Giorgio Maggiore –en la que participaron varios arquitectos diseñando capillas–, fue una gran apuesta por la arquitectura. Lamentamos también que este pabellón, con la curaduría de Francesco Dal Co –según nosotros, lo mejor–, no haya recibido ninguna mención del jurado.
Es verano y Venecia ha dejado de estar vacía. La información que me dio el taxista que me llevó del aeropuerto al hotel habla de una reducción a la tercera parte de los vuelos de llegada. Aun así, parece haber mucha gente en la parte central de la ciudad, que disminuye a medida que uno se aleja de la Piazza di San Marco. He decidido ir a pie a la Biennale y evitar el vaporetto. Mientras camino, voy mirando los barrios y pienso que, como dice Fernanda De Maio, esta es Venecia y de alguna forma la pandemia está devolviéndola a sus habitantes. En esta ciudad todo se resuelve en 15 minutos. Yo mismo compruebo que atravesarla a paso normal, de extremo a extremo, desde Piazzale Roma –donde estoy alojado– hasta el Giardini, donde está la bienal, toma menos de una hora.
Recorro la Biennale, primero el Giardini, donde está la mayor parte de los pabellones de los países, y luego el Arsenale, comprobando lo que me había dicho Ferlenga: poca arquitectura. Hashim Sarkis, el actual curador, parece que hubiera querido tomar distancia de las últimas bienales, donde hubo una mayor presencia de la arquitectura, aunque también la pandemia ha hecho lo suyo. En la coyuntura actual, nadie se atreve a asegurar cómo viviremos juntos o cómo la arquitectura responderá a los retos inciertos que le imponen los tiempos.
En el recorrido por el Arsenale, donde suelen estar los invitados del curador, quedo muy gratamente sorprendido con una instalación delante de una puerta de la sala. Luego reparo en que se trata de Intervowen, la instalación de los arquitectos peruanos Alexia León y Lucho Marcial, quienes, a través de unos bloques de madera que giran sobre una estructura metálica, generan un nuevo espacio que pone en valor al viejo espacio que lo contiene.
Como miembro del jurado del Pabellón Peruano en esta Biennale, he seguido el desarrollo de la muestra, que ha estado a cargo de Felipe Ferrer. Play-Ground, el nombre de la muestra, es bastante cercana a lo que se había propuesto el curador; además está complementada por un estupendo video del laboratorio CREA de la Universidad de Lima, que explica el sentido de las cosas. Me sorprende que la puesta en escena haya dejado abiertas las ventanas, diferenciándose así de casi todas las muestras, que prefieren la penumbra y la oscuridad. Ver la muestra en un día soleado me recuerda los encerrados parques infantiles de Lima, tal como sucede aquí con la reja que la cierra. Aunque no fue concebida con esa tónica, en el contexto de la pandemia me parece una denuncia con respecto a lo que viene sucediendo con los niños en el Perú, a quienes se les ha privado de juegos y de escuela.
Habría mucho que hablar sobre el recorrido de esta Biennale, pero el tema de la ciudad vacía se ha vuelto más intenso luego de recorrerla. La pandemia nos ha dejado sin argumentos en un mundo donde, como dice el periodista español Iñaki Gabilondo, la pregunta no es “¿qué viene?”, sino “¿qué podemos hacer?”. Tal vez las próximas bienales nos den alguna respuesta. Esta es una Biennale en pandemia, con mascarilla.
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