Siempre me ha parecido sugestivo el nombre que le puso don Héctor Velarde a uno de sus libros: Vuelo entre cornisas. El título podría asociarse con las aves, que vuelan entre cornisas, aunque seguramente lo harán más sobre los árboles. Los que siempre vuelan entre cornisas son los arquitectos, sobre todo aquellos para los cuales el espacio es su hábitat natural, aunque no despeguen del suelo.
La reciente publicación del estupendo libro de Octavio Montestruque, Juvenal Baracco, la memoria de la ciudad, las formas y la tradición, la Escuela de Oficiales de la Fuerza Aérea del Perú, así como las visitas guiadas promovidas por el autor del libro, en las que ha participado el propio Baracco, han permitido redescubrir una obra que debe de ser la más notable dentro de las diseñadas y construidas por el arquitecto y maestro.
Tal vez el aporte más importante con la Escuela de Oficiales sea la manera en que los edificios que la componen generan monumentalidad tanto al exterior como al interior. Al exterior, la monumentalidad la otorgan la escala, simetría y lenguaje de los edificios ubicados frente a frente, que delimitan un gran espacio central y permiten los emplazamientos y desplazamientos de los cadetes. Al interior, la monumentalidad se consigue a través del manejo del espacio, que tiene probablemente un origen piranesiano en sus proporciones. El diseño de dobles, triples y hasta cuádruples alturas es una de las características de este espacio, que me recuerda de alguna manera a los grabados de le carceri: grandes espacios cruzados por puentes y pasarelas. Para iluminarlos, Baracco conseguirá filtrar la luz a través de los intersticios de la estructura, alivianando la masa de paredes, columnas y vigas de concreto. Algunos atribuyen a esto una cierta influencia de la arquitectura de Louis Kahn, pero a mi juicio se acerca más a la complejidad del espacio barroco, como se puede encontrar en las iglesias diseñadas por Borromini o Guarini. Otro aspecto importante tiene que ver con la circulación. Pasadizos y escaleras parecen flotar en el aire y transitarlos da una sensación de ingravidez, como si de una metáfora del vuelo se tratara, es decir, el intento del arquitecto de hacer sentir el espacio arquitectónico como si fuera el espacio aéreo, un auténtico vuelo entre pasarelas para quienes harán de esto la razón de sus vidas.
El tiempo ha demostrado que Baracco no estuvo equivocado en su concepción de construir un conjunto de edificios que conformaran un espacio monumental y altamente simbólico. Creyó seguramente que esto era esencial para su propuesta, que la más joven de las Fuerzas Armadas necesitaba que la modernidad, o mejor dicho la posmodernidad, le entregue una arquitectura que construya tradición. Para lograr eso se necesita tiempo, y normalmente la buena arquitectura necesita del tiempo tanto como del espacio. El arquitecto propone el espacio; el tiempo es una variable que no puede manejar. Hay arquitectura que el tiempo arruina; hay otra que el tiempo mejora. Creo que esto último sucede en el caso del conjunto de edificios de la Escuela de Oficiales de la Fuerza Aérea.
Las últimas semanas muchos de nosotros hemos vuelto a poner atención en este conjunto de edificios que conocíamos, pero que no habíamos visitado. Para otros más jóvenes se trata de un verdadero descubrimiento. La pasarela del tiempo nos ha devuelto a los ochenta con una mejor claridad, con ojos de ver. Tal vez porque en ese momento no se estaba preparado para entender algo que se alejaba del “regionalismo crítico” o de la “modernidad situada” latinoamericana – como bien lo remarca el arquitecto Miguel Bartolucci–, y las miradas de entonces se fijaron más en otra obra de Baracco, la Casa Ghezzi (modesta en sus materiales, pero inmensa en su concepción y diseño), y no tanto en esta creación de gran envergadura, como nos tuvieron acostumbrados las obras de la “modernidad” que se pretendía superar. Es difícil precisar. Jorge Luis Borges dijo alguna vez que las cosas se saben mucho más con el tiempo, y remarcó que eso se nota en las antologías.
Juvenal Baracco está recorriendo nuevamente las pasarelas de su obra. Hay algún visitante que asegura haberlo visto levitando, y aunque nadie ha logrado presentar prueba contundente de tal hecho, hay indicios suficientes para creer que ha sido así.
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