A todos los que nos conmueve la naturaleza, tenemos una historia de la niñez que nos ha dejado huella por el resto de nuestras vidas. Yo, en lo personal, aunque tuve una niñez mayormente urbana, siempre estuve muy cercano al mundo silvestre, en la puna, desierto, o simplemente merodeando los barrancos de la costa limeña. Para los niños de hoy, las cosas han cambiado radicalmente. Ellos viven más en un mundo virtual que natural, tienen mucho menos acceso a ambientes abiertos y naturales, y encima, están expuestos permanentemente a noticias trágicas sobre la naturaleza. Peor aún en estos tiempos de pandemia.
Teniendo en cuenta que el planeta se encuentra en un punto de inflexión, es crucial que los niños de hoy -y de aquellos por venir, desarrollen conciencia del mundo en que vivimos, de las interconexiones entre los ecosistemas y nosotros, y también, del desafío que están por enfrentar. Los científicos están de acuerdo: el cambio climático, y la extinción masiva de hoy solo va a seguir empeorando, y con ella, las condiciones del planeta y de sus habitantes.
Varios autores han estudiado la conexión del niño de temprana edad con la naturaleza, y de cómo esta, o la falta de ella, influencia en el carácter del niño y el posterior adulto. Se ha demostrado cuantitativamente que cuando la experiencia niño-naturaleza es positiva, está refuerza la personalidad, la capacidad cognoscitiva, el respeto y aprecio, y también que esta se relaciona con sentimientos de justicia social. Los niños y jóvenes con acceso a la naturaleza expresan mayores niveles de conexión. Ellos concuerdan también en que la falta de relación del adulto con la naturaleza se “hereda” al niño.
Los estudiosos encontraron que los mayores niveles de conexión se ven en las edades tempranas entre los 3 y 12 años, disminuyendo gradualmente en la adolescencia (debido quizá a las presiones de mantener una identidad social). También hallaron diferencias significativas de género -con mayor grado de conexión en las mujeres que varones. Pero quizá lo más importante es que, cuando mayores, aquellos niños que experimentaron una relación positiva tuvieron un mayor interés en involucrarse en actividades pro ambientales. Esto es crítico: los niños de hoy deben ir preparándose para enfrentar un futuro ambiental incierto. ¿Que hacer para ello?
Los especialistas proveen de una serie de recomendaciones. La más obvia es -por supuesto- exponer a los niños desde temprana edad a los ambientes naturales, que pueden ser cualquier área natural, áreas verdes del vecindario, y en el mejor de los casos, visitar áreas naturales protegidas. También es importante enfocarlos en un sentido de afiliación con la naturaleza, de curiosidad, y de empatía con los seres vivientes. Actos simples, como, por ejemplo, poner un comedero para las aves de la ciudad, la observación de las interacciones de los insectos en los jardines, o inclusive, el cuidado de su mascota, son actividades que por cierto ayudan. Pero más importante es que en las escuelas y en casa se traten temas sobre la sostenibilidad, sobre el impacto del consumo, el saber de donde viene las cosas. Sobre nuestra dependencia del mundo natural y físico. Es más, las escuelas deberían tener un espacio dedicado a reforzar esa relación. Adicionalmente, y más en casa, se recomienda hacer un acompañamiento interpretativo de los temas y desafíos ambientales. Las actitudes de interés, sensibilidad y esperanza están asociados a la acción. La sensación de desesperación tiene el efecto contrario.
El establecimiento de la relación del niño con la naturaleza es una que hay que empezar desde temprana edad. Como dice el educador David Sobel, “antes de pedirle a los niños que salven la tierra, primero tenemos que lograr que la amen”. Quizá sea lo mejor que podamos hacer por el planeta.
Para una revisión exhaustiva del tema, recomiendo: https://besjournals.onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1002/pan3.10128, y la organización peruana Ania: https://www.aniaorg.pe
Comparte esta noticia