De nuevo las praderas y bosques andinos y amazónicos arden en llamas. La estación de pocas lluvias ha llegado y miles de pequeños agricultores y ganaderos abren nuevas parcelas y desbrozan los campos por medio del fuego, antes de sembrar, deseando que las cenizas fertilicen el suelo y renueven los pastos.
En los siguientes meses, sin falta, muchas de esas quemas saldrán de control y destruirán áreas silvestres. Sin falta, el fuego, demasiado intenso, matará y compactará los suelos -haciéndolos más propensos a la erosión- en lugar de fertilizarlos. Sin falta, viviendas, animales y personas quedarán atrapados. Sin falta, Defensa Civil sacará sus cuentas de afectados y damnificados. Y el Ministerio de Agricultura se habrá visto otra vez sorprendido por el regreso de un fenómeno previsible y recurrente.
La Ley Forestal (2011), estipula que el plan nacional forestal debe contemplar la “prevención y control de incendios forestales”. Es la única mención en esa norma de un problema central del agro peruano. La ley anterior también lo decía; pero nunca fue cumplida. Ningún funcionario fue denunciado. El Reglamento Forestal (2015), con rigor risible, establece como infracción muy grave provocar incendios forestales o quemar recursos forestales. No pasa nada.
Recién el 17 de diciembre pasado, el SERFOR aprobó un “Plan de Prevención y Reducción de Riesgos de Incendios Forestales 2019 - 2022”. El documento ofrece un diagnóstico desactualizado; aunque opta, correctamente, por la prevención. Y es que una vez que un bosque coge fuego, el daño ya está hecho. Alertamos sobre hechos consumados.
Hoy el fuego en todo el mundo es monitoreado desde el espacio, y existen servicios gratuitos en línea (de la NASA, del INPE-Brasil, entre otros) donde cualquiera puede obtener, casi en tiempo real, mapas y coordenadas de quemas e incendios. Con una conexión de internet y una laptop, yo llevo quince años publicando reportes y alertas de incendios forestales. Hoy, muchas más personas e instituciones en todo el Perú aprendieron a hacerlo; con la ventaja de los algoritmos mejorados, las imágenes en vivo y las redes sociales. Todos llevados por la misma ira. Sin cobrar un centavo. Hasta el SENAMHI ya vigila y publica el riesgo climático de incendios forestales. Días muy cálidos, secos y ventosos, lógicamente, son días en que nadie debería encender fuego en zonas rurales.
El Plan de Prevención, por evidente cálculo político, no contiene metas de reducción de incendios, la variable crucial e imprescindible. Para 2019, propuso modestamente: 1200 “actores” capacitados, 50 % de entidades con acciones establecidas, 10 % de las regiones con mapas de riesgos (¿mencioné que ya se hacía para todo el país?), 1000 personas que acceden a la información (¿mencioné que ya ocurre espontáneamente en redes sociales?), 4 sistemas regionales de alerta temprana, un convenio con el Ministerio de Educación y 2 brigadas especializadas (ya había una, los heroicos bomberos de Machu Picchu). Todo esto, obviamente, tenía que haber ocurrido ANTES de la temporada de quemas ¿Cómo vamos? Este año hay más incendios. Algo huele a papel mojado, negligencia y a combustibles, claro.
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