La pandemia de la COVID-19 ha traído muerte de personas, cercanas y lejanas, desempleo, reducción de ingresos, estrés emocional, deterioro de las economías, sociedades e instituciones; ha sido un golpe muy duro para todos, sin excepciones. Pero, al mismo tiempo, también ha significado una potente luz que ha alumbrado a la humanidad entera. Nos hemos dado cuenta de que el medio ambiente es muy importante, pues producto de su degradación y contaminación es que los virus animales vienen saltando a los humanos, en un proceso llamado zoonótico; también hemos visto que existen desigualdades extremas en el mundo, entre países y al interior de los países. En nuestro país se ha revelado la debilidad del sistema público de salud, y la extendida informalidad laboral que ha forzado a muchas personas a salir a la calle y romper la cuarentena. Ello nos obliga a rectificar el camino, a cambiar de dirección, a cuidar el ambiente, a reducir las desigualdades, a fortalecer el sistema público de salud y a eliminar la informalidad laboral.
Aunque quizás más importante que estas revelaciones externas de la COVID-19 y sus posibles consecuencias, son los descubrimientos más internos, más personales. Nos hemos dado cuenta de lo que es importante en la vida, y seguramente también de lo que es prescindible, negativo y tóxico.
Entre todas las cosas esenciales, aparece en primer lugar la salud, sin ella no podemos vivir, mucho menos disfrutar de la vida. Debemos siempre cuidar la salud, la de los nuestros, y también la salud de todos. Ella depende de muchas cosas, entre otras, del aire puro que respiramos, del agua limpia que tomamos, de la ausencia de basura y focos infecciosos, de un adecuado descanso, del ejercicio, de la reducción del estrés. Un enfoque preventivo, que descansa en buena medida en uno mismo es absolutamente clave, pero tener un buen respaldo de médicos, enfermeras, hospitales y equipos, a disposición de todos, es también indispensable.
En segundo lugar, aparece la alimentación, que es posiblemente, el principal componente de la salud y del bienestar. Alimentos saludables, una dieta balanceada, en lo posible orgánica, asegura una vida plena, larga y sana. La gran mayoría de los productores de alimentos son pequeños agricultores y pescadores artesanales. Para que lleguen a nuestras mesas deben ser traídos por transportistas, almacenados y vendidos por comerciantes mayoristas y minoristas de los mercados. Casi todos ellos se encuentran en las franjas de menores ingresos; una distribución injusta que debemos corregir. Felizmente esta gran cadena productiva nunca se detuvo en nuestro país, aunque no todos recibieron el alimento que necesitaban; situación que el gobierno e instituciones privadas intentan resolver, y que todos debemos apoyar.
En tercer lugar, la vivienda adecuada, pues hemos tenido que pasar meses recluidos en nuestras casas, y desgraciadamente no todos han podido hacerlo con dignidad; no han dispuesto de espacios que les permitan estudiar, trabajar a distancia, alimentarse, criar a los hijos, tener privacidad, descansar, protegerse del frío, en forma adecuada. Muchas familias tienen que vivir en su sólo cuarto, abuelos, padres e hijos; 10 o 12 personas en un solo espacio. Esto no puede continuar.
En cuarto lugar, los familiares y amigos, cuya cercanía, cariño, compañía espiritual y emocional nos han permitido sobrellevar la cuarentena y todos sus rigores. Ellos son la diferencia entre vivir poco y mal, y vivir mucho y bien; los habitantes longevos de Cerdeña en Italia son una prueba viviente de ello. El compartir, entre todos los miembros de la familia las tareas domésticas, ha sido una experiencia educativa, engrandecedora, que ha hecho justicia a la excesiva carga impuesta tradicionalmente a las mujeres.
En quinto lugar, el trabajo y los ingresos, o mejor dicho, un trabajo digno y unos ingresos adecuados. Ellos han sido claves para mantener a muchas familias; poseer ahorros, acceso al crédito, una red económica de protección. Pero, desafortunadamente, han sido una minoría de la población. Se ha evidenciado que una gran mayoría no tenía trabajo formal, ingresos seguros, ahorros, una red de protección; y se han visto obligados a romper la cuarentena, salir a las calles para llevar un pan a su hogar. El pleno empleo formal para todos se convierte en primera prioridad. Los bonos del gobierno son una salida parcial necesaria, pero deberían ser de carácter temporal.
En sexto lugar, la educación de calidad para todos. Sabemos que es el mayor factor de ascenso económico y social en el mundo, y el mayor igualador de oportunidades. En la pandemia estas características no han hecho sino acentuarse, exponiendo las desigualdades en la calidad de la educación y también en la conectividad para amplios sectores de la población. Es urgente que el gobierno cierre estas brechas, como lo viene haciendo, para que la educación cumpla su rol de radical transformador de nuestra sociedad.
En séptimo lugar, las comunicaciones; ellas han sido claves para mantenernos cerca, para informarnos de las noticias y reflexiones sobre lo que nos estaba ocurriendo. Se han convertido en una necesidad básica, que hace pocos años ni imaginábamos. Quienes hemos tenido acceso a las tecnologías para ello (las famosas TIC) nos hemos podido educar y entretener a través de ellas, sin salir de nuestras casas. Las TIC le han dado un salto gigantesco al teletrabajo, a la educación a distancia, que han llegado para quedarse. Es indispensable que estos adelantos de la tecnología lleguen a todos, y así cerrar la actual brecha digital, en el plazo más breve.
El descubrimiento de lo que es esencial en la vida ¿será suficiente para cambiar el modelo de desarrollo, de consumo, de relaciones sociales, los medios de transporte, los lugares y horarios de trabajo, la educación, la salud, la forma de hacer y apropiarse de la cultura? Ojalá que sí; lo mínimo deseable, sería que se inicie un debate sobre todos estos temas, que nos lleve, más temprano que tarde, a los necesarios cambios.
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