Se conoce como histeria colectiva a aquel fenómeno socio - psicológico, en donde un grupo de personas manifiesta síntomas físicos y emocionales similares, dando a entender que podrían estar teniendo la misma enfermedad. Sin embargo, en realidad el origen no sería fisiológico sino psicológico.
Actualmente hemos podido conocer acerca de la preocupante situación que se está viviendo en nuestro país vecino Chile. Huelgas y levantamientos populares han terminado por convertirse en batallas campales entre el pueblo y la policía (militares también), hasta llegar al punto de ser considerado un estado similar a la “guerra”, según su propio presidente. La causa inicial fue el alza de precio en la tarifa del transporte público. Las verdaderas razones traen componentes de frustración, cólera y desesperanza; que se han venido alimentando a lo largo de los años bajo la percepción de desigualdades económicas, problemas en los servicios de salud y en las pensiones. Según analistas, es un grito de descontento frente al modelo económico de dicho país.
Una comunidad se levanta de su asiento y decide caminar a viva voz, con la intención de hacer un llamado de atención frente a algo que considera injusto. Por eso se le conoce como un “levantamiento”, y es un llamado natural del pueblo a sus gobernantes. La insurgencia es un derecho que tienen todos los ciudadanos en defensa del orden constitucional. Cada vez que las personas tocan la puerta de la casa de los gobernantes, parados en las plazas, se va perdiendo algo de fe y confianza frente a dicha autoridad. Si esta situación se da de manera continua, la rebeldía aparece sin vergüenza.
No se pierde autoridad por falta de fuerza, sino por la sensación de injusticia.
Debemos tener en cuenta, que en las revueltas se ven rostros jóvenes e incluso adolescentes; un factor determinante ya que, por conocimiento teórico, sabemos que esta etapa del desarrollo trae consigo características típicas como la búsqueda de una moral firme y rígida frente a la norma (Kohlberg, 1981). El idealismo y la dificultad de prever consecuencias, son aspectos que también se vislumbran en personas de esta edad. Factores que si son mal llevados, se convierten en estímulos del caos.
Se rompe una ventana, se quiebra la ley y se abre la puerta de un camino que podría no tener fin.
Entre adolescentes, jóvenes y adultos que buscan ser escuchados, también existen personas con necesidades particulares que buscan alivio o revancha mediante conductas violentas. La norma se rompe y la cólera acumulada se libera. Una sensación de calma (momentánea) inunda los cuerpos tras la agresión, pero la adrenalina vuelve y te empuja a continuar con más. Un derecho civil y constitucional que se va perdiendo en el momento en que las conductas atentan contra el bienestar de los demás.
Hay saqueos en tiendas y bodegas, incendios en supermercados. ¿Histeria colectiva?
Al menos no propiamente dicho. Porque no son síntomas físicos los que son compartidos entre los manifestantes, sino conductas. Y estas son voluntarias por sus propios ejecutores. Esto quiere decir que existe una decisión mental antes de ser realizadas. Por el contrario, es el proceso de aprender mediante la observación del otro, lo que llevará a los demás a imitar las acciones.
Desfogar la ira es relajante, romper reglas genera adrenalina, y la impunidad es seductora.
En estas palabras no se busca evaluar si dichas conductas son justificables o no, ya que no me corresponde. Sin embargo, sabemos que al ser voluntarias, las personas no podrán escapar de la responsabilidad de sus actos. Lo preocupante es que la trasgresión viene en escalada y no solo de una parte de la disputa. Militares y policías se dejan llevar también por la propia intensidad de sus emociones, y pueden terminar adoptando medidas desproporcionales contra su propia gente. El problema se da, cuando el gobierno entiende que el caos ha llegado por falta de “mano dura”.
Tal como en la crianza, la firmeza no debe confundirse con la agresión y no debe inhibir a la compasión.
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