Los cambios que se han venido manifestando en el mundo, incluso antes de la pandemia, generan un impacto en la forma en que hacemos negocios, en la política, en la economía y en nuestra sociedad. Existe una pérdida de confianza en el sistema, en las empresas y en los liderazgos tradicionales, y una expectativa por una nueva clase de liderazgo capaz de generar valor a la sociedad en el largo plazo.
El empleo de la palabra confianza es cada vez más común, incluso en el entorno empresarial y político. Existen indicadores que miden el nivel de confianza, por ejemplo, del consumidor, del cliente o de la ciudadanía en las instituciones. Pero, ¿por qué la confianza es tan importante?
Todo nuestro sistema está basado en la confianza. Por ejemplo, cuando damos un departamento en alquiler, esperamos que el inquilino nos lo devuelva al terminar el plazo; cuando hacemos un pedido a domicilio pagando por anticipado, confiamos en que nos lo entregarán en la dirección indicada; y, cuando elegimos a nuestros gobernantes, esperamos prioricen el bienestar común a su propio interés.
El sistema de mercado, que es en el que desarrollamos nuestras actividades económicas, es un método de coordinación social en el que participan actores públicos y privados de manera interdependiente. Es libre, cuando cualquiera puede participar en igualdad de oportunidades y en el que se espera que sus participantes mantengan sus promesas; de no ser así, esto debe tener consecuencias en aplicación de la ley.
Los gobiernos son vitales para garantizar igualdad de oportunidades, supervisando el funcionamiento y dotando a la ciudadanía de servicios básicos como educación y salud. Sin esto, la corrupción aflora, la riqueza se concentra en quienes tienen más poder deteriorando el sistema y destruyendo la confianza.
En el Perú, en opinión de un 85% de los ciudadanos la igualdad frente a la ley se respeta poco o nada, según información del INEI. Los continuos escándalos de corrupción han puesto en duda la ética del sector privado y público. Y, mientras los indicadores económicos antes de la COVID–19 nos mostraban un país sumamente próspero, la pandemia ha revelado los graves problemas estructurales que tenemos y que han estado desatendidos por años, evidenciando que no hemos logrado que el crecimiento económico se traduzca en bienestar para la mayoría de peruanos; y esta crisis sanitaria nos dejará un entorno más desigual y con mayores frustraciones.
En el Indice Global de Movilidad Social 2020, publicado por el Foro Económico Mundial, se advierte que la desigualdad se está incrementando en todo el mundo, incluso en los países con un rápido crecimiento económico, y que las consecuencias sociales y económicas de esta desigualdad están generando en la población sentimientos de injusticia, reduciendo la confianza en las instituciones y causando decepción respecto de la política.
Esto es peligroso en un mundo que ha experimentado un ascenso del populismo, en el que las medidas políticas buscan conseguir la aceptación de los votantes ofreciendo alternativas atractivas en el corto plazo para permanecer en el poder, sin importar las consecuencias en el largo plazo para el país.
Las personas, por naturaleza, prefieren una recompensa inmediata que esperar una de mayor valor en el futuro. Se trata de un comportamiento humano que nos lleva a tomar decisiones hoy, como si el futuro fuera algo lejano o no existiera. Esto se da, por ejemplo, cuando las personas prefieren recibir S/. 5 hoy que esperar a recibir S/. 10 en dos días. Lo que sucede es que las recompensas instantáneas tienen más valor para nuestro cerebro que las futuras, porque se pueden aprovechar en el momento. No obstante, es posible resistir el impulso de tomar una recompensa inmediata para recibir algo mejor en el futuro, siempre que las personas confíen en que la recompensa futura efectivamente se dará.
Así, la confianza importa hoy más que nunca. Cuando los ciudadanos no confían en el sistema, están menos motivados a cumplir con las leyes, pagar impuestos o contribuir al fortalecimiento de la economía del país; se resisten menos a la demagogia y aumenta el riesgo de que las sociedades entren en conflicto.
Para recuperar la confianza de la ciudadanía no es suficiente el crecimiento económico. Las personas deben saber que tienen igualdad de oportunidades para mejorar su calidad de vida; nuestras insituciones deben ser efectivas y beneficiar a la sociedad; nuestros líderes deben tener un comportamiento ético y priorizar el bien común; y, debemos demostrar un auténtico compromiso de promover la inclusión, pues para reducir la desigualdad un país necesita todo su talento disponible.
Se trata de comprender que no vivimos en aislamiento y que al formar parte de un mismo sistema compartimos la responsabilidad de su fortalecimiento o desgaste y, por tanto, debemos considerar el impacto en la sociedad de nuestras decisiones, pues el futuro que construyamos será en el que viviremos.
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